Arrancando de las serpientes

Para un viejo ''institutano'' como yo (del Instituto Nacional, por supuesto), hay un tema que no me puede dejar tranquilo: la relación del ''colegio'', como le llaman los iniciados, con la literatura. Martín Rivas inició su trabajosa existencia en Santiago precisamente en las aulas del viejo instituto. En casi dos siglos, ha habido otras menciones literarias y numerosos autores (novelistas, ensayistas, poetas y periodistas) estudiaron y crecieron ahí, algunos de los cuales hicieron florecer la Academia Literaria (la Alcín) a mediados del siglo XX.

Como se acaba de comprobar en la reciente prueba de aptitud académica, el Instituto Nacional no ha perdido bríos. El actual Presidente de la República es ex alumno del Instituto Nacional y hay buenas razones para creer que habrá otros más en este siglo. Pero las apariciones literarias recientes no han sido tan afortunadas. Una colección de anécdotas, editada sin criterio, incluyó episodios que parecen provenir del fondo del socavón del naturalismo de fines del siglo XIX, a veces violentos, otras groseros.

Aunque desde luego es muy distinto, ''Calducho'' o ''Las serpientes de calle Ahumada'' de Hernán Castellano Girón fue tratado con indiferencia. Descrito por sus editores como ''una rara proeza literaria: una obra monumental no sólo por su extensión sino también por su complejidad y diseño narrativo'', no tuvo suerte con los comentaristas. Castellano, actualmente ''poeta laureado'' en San Luis Obispo, California, se siente hasta hoy, a casi tres años de la publicación de la obra, deliberadamente ignorado.

La explicación podría ser simple: Castellano, con quien estuvimos juntos en el instituto sin conocernos y en la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad de Chile, donde hicimos buenas migas, se fue de Chile en 1973. Obtuvo un Magister en la Universidad de Roma en Literatura Latinoamericana y pinta, enseña y escribe. Tiene dos libros de relatos, una novela corta, y ''media docena'' de libros de poesía, editados desde Concepción a Detroit, desde Santiago a Ottawa.

Una advertencia al comienzo de Calducho define la obra como ficción''. Pero se apega sospechosamente a lo que era el centro de Santiago hace medio siglo, cuando Ahumada era calle y no paseo y Ñuñoa era todavía territorio de quintas y árboles frutales. Como es inevitable, el adolescente protagonista vive su despertar a la vida, incluyendo la inevitable iniciación con la ''nana'' que por cierto no se llamaban así en esos años. Las ''serpientes'' del título son parte del folclore urbano: eran unas boas que tenía un ayunador profesional, que escaparon de un incendio. Pero el verdadero héroe de la historia es el propio autor, cuya base de operaciones era el edificio de gruesas paredes, por cuyas altas ventanas se filtraba el rechinar de los tranvías y que se sustentaba en una orgullosa tradición de ser ''el primer foco de luz de la nación''.

Sus descubrimientos en la vida, sus lecturas, sus profesores, el mundo del centro de Santiago en horas y días robados a las clases, matizado con otros ámbitos, como las bucólicas ''mañanitas de Paine'', configuran un texto complejo, al cual se puede acceder de varias maneras, desde la más tradicional (''lineal'') hasta una especie de asociación libre indicada por el autor con una ''rosa de los vientos''.

Tal vez los críticos consideraron demasiado trabajo adentrarse en algo tan lleno de callejones y vericuetos. Pero ''Calducho'' quedará como testimonio de un mundo y una época ya desaparecidos. Mundo y época ''de valor permanente'' como decía una de las revistas favoritas de Hernán Castellano y otros contemporáneos: ''Selecciones del Reader's Digest''..

Publicado en El Sur de Concepción, el 20 de enero de 2001