Las batallas de Condoleezza

Si prospera el esfuerzo por lograr la paz entre israelíes y palestinos a partir del encuentro en Anápolis, quien se llevará la gloria de los titulares de prensa será el Presidente George W. Bush. Pero, para el registro histórico, la verdadera responsable será Condoleezza Rice. Sin la calculada estrategia comunicacional de su más famoso antecesor, Henry Kissinger, ni la calidez personal de su antiguo jefe, el general (R) Colin Powell, Miss Rice podría darle a Bush el logro más significativo de su gobierno.

No será fácil.

Por seis décadas, desde la partición del antiguo territorio de Palestina, Medio Oriente ha ido de conflicto en conflicto y de frustración en frustración. En Anápolis, la reunión en que convergieron 50 gobiernos y organismos internacionales, volvió a abrir la esperanza, pero todo dependerá de que efectivamente continúen las reuniones programadas cada dos semanas entre el Primer Ministro de Israel, Ehud Olmer, y el Presidente palestino, Mahmud Abbas. El gran problema, pese a la presencia de representantes de países que no están dispuestos a estrechar la mano de Israel, fue la ausencia de Hamas. Es comprensible que no fuera invitado: Hamas ha sido definido como un grupo terrorista, por su permanente apelación a la violencia. Pero, al mismo tiempo, representa una mayoría de la población palestina, que le dio su voto en las últimas elecciones parlamentarias.

La mayoría de los directamente interesados en el tema cree, sin embargo, que, por fin, se avanza en la dirección correcta.

Pruebas de que el empeño de Condoleezza Rice no era fácil, no han faltado. El viernes en la ONU Estados Unidos retiró una propuesta de declaración que reforzaba el optimismo reinante debido a que –al parecer- en el apuro no se consultó ni a palestinos ni a israelíes. Por su parte, The New York Times recordó que Condoleezza Rice efectuó ocho viajes a Israel en el último año, a fin de asegurar la realización del encuentro. Hacia el lado árabe, su esfuerzo se tradujo –dice el diario- en más de tres docenas de llamados telefónicos en la semana previa al encuentro.

Es “un comienzo esperanzador”, resumió al final de la reunión el Presidente Bush.

¿Por qué?

Porque, en la óptica del gobierno palestino, es un éxito que se haya explicitado que las negociaciones incluirán “todos” los temas pendientes. Esto significa poner en el tapete el control de Jerusalén, la ciudad que israelíes y palestinos quieren como capital; las fronteras del estado palestino; el derecho de retorno de los refugiados desde que comenzó el conflicto en los años 40, y la situación de los asentamientos judíos. Pese a la amplitud, la conclusión es que, de este modo se logró destrabar las negociaciones estancadas por años. Así, las grandes batallas, en vez de librarse al comienzo, quedarán para el final.

El plazo es el término del próximo año, que coincide con el final del mandato de Bush. Si fracasa, el conflicto palestino-israelí no pesará excesivamente en el balance de su gobierno. Pero si logra consolidar los acuerdos, obtendría una nota sobresaliente que permitiría olvidar Irak o la desprolija lucha contra el terrorismo.

Y la heroína, claro, estaría lista para nuevos triunfos diplomáticos en un terreno áspero y con pocas medallas.

30 de noviembre de 2007

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