¿Un mundo más seguro?

Menos de 24 horas después del anuncio de que se había desbaratado una vasta red terrorista para hacer estallar en vuelo “entre seis y diez aviones”, afloraron las dudas. Los primeros fueron los “blogeros”. En el foro de Le Monde, uno de ellos planteó su desafío: “Quien hace afirmaciones sin pruebas, puede ser desmentido sin pruebas”. El viernes, las agencias internacionales de noticias hablaban de “supuestos” (France Presse usó el término “alleged” en sus despachos en inglés). Lo real, sin embargo, como lo experimentaron cientos de miles de viajeros en el mundo entero, incluyendo Chile, fue que se acentuaron las medidas de seguridad. Con ello, sin haber alcanzado a usar sus explosivos líquidos, los terroristas lograron su objetivo. Pero también algunos gobiernos que han tenido un papel protagónico a partir del 11 de septiembre de 2001, justificaron la actualización y el endurecimiento de medidas que, inevitablemente, se van relajando con el tiempo.

Presuntos o reales, los peligros del quinto aniversario de los ataques contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono siguen siendo un punto de referencia ineludible en el escenario mundial. Los ataques en la estación de Atocha, en Madrid, y en el metro de Londres, además de los dramáticos acontecimientos que se están viviendo en Medio Oriente, no han hecho sino profundizar el sentimiento de inseguridad de la población civil.

Parece improbable la recuperación de la alegre confianza que siguió a la caída del Muro de Berlín y el casi simultáneo derrumbe de los “socialismos reales” en Europa del Este. A pesar de algunos cruentos episodios, como los que se vivieron en la ex Yugoslavia, para la mayor parte de los ciudadanos del mundo, el final de la Guerra Fría, prometía tiempos mejores. Y así fue… fugazmente.

La mayor amenaza del paso de 1999 al 2000 estuvo representada por un símbolo de la nueva era tecnológica: el virus que se comería todos los archivos de todos los computadores junto con las campanadas de Año Nuevo. De ello nadie se acuerda, como –felizmente- tampoco hay memoria del episodio siguiente: el crecimiento acelerado de las empresas “punto com”, anticipo de los tiempos nuevos.

Ni lo uno ni lo otro: la tecnología, como ha ocurrido desde la invención de la rueda, no puede transformar el alma humana, pero ayuda a vivir mejor. La rueda permite desplazamientos más rápidos, pero además de ambulancias y vehículos de pasajeros, también mueve autos desbocados y tanques de guerra. La inédita alianza entre los computadores y las redes de computación, que infló la burbuja de comienzos de la década, estalló brutalmente con algunos escándalos financieros cuyas lecciones todavía estamos aprendiendo en Chile.

Nada, sin embargo, fue tan terrible como esa “puerta de fuego” como la denominó Kofi Anan, por la que cruzamos el 11 de septiembre de 2001. Atentados imaginables, pero que nunca fueron tomados en serio, desataron un proceso en el cual las denuncias del jueves pasado son apenas una parte.

Todos podemos recordar con claridad la secuencia que empezó en Nueva York y siguió por Afganistán, Irak, Madrid, Londres y, ahora, la guerra total aunque no declarada de Israel con sus vecinos.

Habrá que acostumbrarse a vivir este clima. George W. Bush sigue convencido de que va a ganar la batalla contra “el fascismo islámico”. Puede ser. Pero el costo seguirá creciendo. En vidas humanas, en primer lugar. Y, luego, en tranquilidad para el mundo.

11 de Agosto de 2006

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