La fortaleza de Benedicto XVI

En su primera aparición en público como Papa, hace más de un cuarto de siglo, Juan Pablo II se dirigió a la multitud reunida en San Pedro y le habló en italiano. “Si me equivoco, pidió, corríjanme”. El miércoles pasado, en un reflejo de la distancia que separa a los dos pontífices, Il Corriere della Sera mostró una caricatura en la cual Benedicto XVI, en parecido trance reacciona al revés: “Si me equivoco: !No me corrijan!”.

En muchos lugares del mundo, empezando por el entorno inmediato de la plaza de San Pedro, el Papa Ratzinger proyectó una imagen más fría y distante que su antecesor. Su asociación de largos años con la Curia romana, su papel como custodio de la fe, su rostro marcado por ojeras profundas y la leyenda de que no sonríe nunca, bastaron para que muchos concluyeran que este Papa alemán llegaba a extremar la línea conservadora. Sin embargo, en Chile en 1988, demostró que es difícil encasillarlo. Era, sin duda “el gran inquisidor” que venía a poner orden en una Iglesia que se aprontaba para el retorno a la democracia después de haberse empeñado en temas contingentes, pero de extrema urgencia como los derechos humanos y la búsqueda de un retorno pacífico a la democracia.. Pero, también, Ratzinger se mostró entonces sencillo, afable, dialogante. Fue a La Moneda, pero no habló con el general Pinochet sino con el canciller Ricardo García. Fue a la catedral y a San Alberto, una parroquia popular de Santiago, pero no pasó por la Vicaría de la Solidaridad.

Inevitablemente marcó entonces su diferencia con Juan Pablo II quien, apenas un año antes, había entusiasmado a los jóvenes, a los que llamó al orden en el Estadio Nacional, lugar a donde besó el suelo con reverencia porque había sido lugar de tortura y campo de prisioneros. Ratzinger estuvo con humildes y poderosos e hizo lo que se pensaba que venía a hacer: reafirmar la doctrina tradicional frente a desafíos que iban –en ese momento- desde las fecundaciones in vitro a la ordenación de sacerdotes casados. También debió hacer frente a la polémica generada por el obispo Marcel Lefevbre y al cercano plebiscito, sobre el cual no quiso contestar una pregunta específica referida a los “criterios morales” que deberían orientar a la grey católica.

En la conferencia de prensa que dio durante esa visita, fue muy categórico:

-El problema de nuestro tiempo, en el mundo entero y también aquí, es ver bien los valores fundamentales que son decisivos para la vida humana, individual y social. La Iglesia no sustituye las autoridades políticas, pero hace una labor muy importante, que hace posible una política responsable y basada en valores morales. Esta es, me parece, la primera tarea: una educación moral y una iluminación moral.

Está claro que ahora, cuando ha sido elegido Papa número 265, su posición sigue siendo la misma. Lo dijo antes de su elección y después de ella. Lo ha repetido de múltiples maneras, incluyendo una denuncia categórica: “Nos estamos moviendo hacia una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como verdadero...

Por algo The New York Times reconoció la importancia de su papel durante el pontificado de Juan Pablo II. Se desempeñó, dijo, casi como un escudero. Fue, señaló, su “estricto defensor de la fe”. Ahora seguirá combatiendo pero a nombre propio...

Publicado en el diario El Sur de Concepción en Abril de 2005

Volver al Índice