¿Blogs o grafitti?

Desde la Roma imperial conviven en el mundo de la comunicación los medios oficiales y los “alternativos”. Oficiales eran las “Actas” (Actas Diurnas, y Actas del Senado), establecidas por la autoridad para entregar información a los ciudadanos. La “prensa alternativa” (“chicha”, la llaman en Perú) la constituían los grafitti. El registro todavía se mantiene, dos mil años después, en las paredes de Pompeya.

Una vez que se despejaron los restos de la ciudad que borró del mapa la erupción del año 79, entre las refinadas muestras del arte del buen vivir de los pompeyanos (termas, teatro, palestra, prostíbulos), aparecieron murales para todos los gustos. Y, en las paredes de los negocios de la vía de la Abundancia, donde todavía están los panecillos carbonizados que alguien no alcanzó a llevar a casa, surgieron –omnipresentes- los grafitti.

¡Oh pared, me admira que sostengas tantas tonterías sin desmoronarte!”. Como lo demuestra esta inscripción, el deseo de expresar opiniones, no importa dónde o cómo, no es nuevo. Tampoco el de darles respuesta, agregarles algo o de anular su impacto. Una notable secuencia se inicia con la frase: “Los que se aman llevan, como las abejas, una vida melosa”. Más abajo, en el mismo muro, otra mano comentó: “¡Cuánto me gustaría a mí!”. Y más abajo, otra añadió: “Los enamorados carecen de penas”.

Desde mediados del siglo pasado, cuando los grandes cotidianos del mundo entero empezaron a sufrir el asedio de los medios audiovisuales, una de las respuestas más recurrentes para evitar la fuga de lectores, ha sido la generación de vías que permitan una mejor sintonía con sus lectores. Las “cartas del público”, tan antiguas como el periodismo mismo, fueron la primera solución. Su inconveniente es que el lector no siempre reacciona con rapidez o, peor aun, encuentra que su carta se puede extraviar en el largo recorrido hasta las pulcras páginas del diario.

Las nuevas tecnologías de la información facilitaron este diálogo. Hoy pocos lectores mandan sus mensajes en un sobre con estampilla. Es más rápido –y seguro- enviarlo electrónicamente. Pero incluso en estas condiciones, son muchos los insatisfechos. A fin de cuenta, el espacio en el papel siempre es limitado.

La respuesta natural llegó por una convergencia de avances informáticos: el blog. En 1997 Jorn Barger bautizó su sitio personal como weblog o sea bitácora en la red, y en 2001 Mena Trott, de San Francisco, le puso la guinda a la torta. Subió a la red su diario de vida personal con tal éxito que, junto a Ben, su marido, construyeron el equivalente a lo que había hecho el artesano Juan Gutenberg en Maguncia, cinco y medio siglos antes: crearon una “herramienta para bloggear”.

El paso siguiente fue la apertura de los diarios a los “bloggeros”.

El final de la historia está por verse, porque lo ocurrido es como si las Actas del Senado de Roma y los desinhibidos grafiteros de Pompeya intentaran compartir un mismo territorio (o el público del Municipal quisiera dialogar con la Garra Blanca). En El Mercurio hace unos días voceaba su opinión un descendiente de Jenaro Prieto y recordaba a Tontilandia, apelativo de moda porque se acaban de reeditar los sabrosos comentarios de Prieto. Pero un comentarista dejó constancia de que no le importaba de quién descendía el autor de la carta ni le gustó que hablaran de Tontilandia. En las columnas de El Sur, cuando se dio la noticia de que Monseñor Ricardo Ezzati venía como nuevo arzobispo de Concepción, abundaron irreverentes que atiborraron la tribuna con descalificaciones contra su antecesor.

Más que espacio para el debate, lo que parece que se quiere -muchas veces, no siempre- es espacio para el desahogo. Tal vez sea una buena terapia ciudadana.

Ya me pasó, en lo personal, con una carta que me publicó hace un tiempo El Mercurio. En vista de que los bloggeros multiplicaban sus comentarios, me pareció prudente participar en el debate. Nunca lo hubiera hecho: fui criticado por meterme donde nadie me había llamado: en realidad el debate no era sobre mi carta, sino sobre lo que los bloggeros querían decir prácticamente sobre cualquier tema, menos el que yo había planteado.

Curioso ¿No?

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