En la capital de la mafia

Corleone se conoció en el mundo gracias a Mario Puzo, el creador de "El Padrino". Mucho antes, sin embargo, los sicilianos ya sabían que esta localidad de Sicilia, a medio camino entre Mesina y Palermo, era el último refugio de la mafia.

Hace dos semanas, justo cuando los italianos se preocupaban por el estrecho resultado en la contienda electoral, Bernardo Provenzano, el "capo de tutti capi", fue detenido en una granja cercana a Corleone.

Sicilia, desbordante de historia, lugar de encuentro de culturas, más próxima al Africa que al resto de Europa, a nadie deja indiferente.

Estaba al borde de la "Magna Grecia", cuyos restos aún se conservan, pero guarda recuerdos de la más variada procedencia, como dan testimonio las obras de los "pupi", sus marionetas tradicionales, que recrean las luchas entre moros y cristianos. El sello más potente, sin embargo, se lo impuso la mafia.

Nacida hace siglos como una defensa contra los abusos de los terratenientes, fue derivando en el siglo XIX hacia el crimen sin justificación.

La llevaron, como una enfermedad contagiosa, los primeros emigrantes que se fueron a Estados Unidos, escapando de la pobreza. En Norteamérica, al comienzo tuvo un papel como organismo de defensa de los pobres explotados por su ignorancia y porque no hablaban inglés. En la primera mitad del siglo XX, en Italia, Mussolini libró un fiero combate en su contra. Sin embargo, perdió la batalla cuando el Ejército estadounidense -con una pragmática visión de corto plazo- recurrió a la mafia para facilitar su avance desde Sicilia, al final de la Segunda Guerra Mundial. El razonamiento, que pecaba de simplismo, era el mismo de todos los ejércitos en todos los tiempos: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Con los años -y la droga- los crímenes de la mafia adquirieron una dimensión inimaginada.

Italia, en las décadas de los 70 y los 80 se encontró comprimida entre las tenazas de la mafia y el terrorismo. Es parte del "milagro" italiano que, a pesar de los problemas políticos y la corrupción, el país lograra sobreponerse al terrorismo y, aunque tardó más, ahora esté poniendo punto final al reinado mafioso.

Lo primero tuvo un doloroso costo en vidas, incluyendo la de Aldo Moro, en 1978, amigo personal del Papa Pablo VI. La batalla contra el terrorismo de las Brigadas Rojas fue también una dura lección para el periodismo, que descubrió, con dolor, que tenía una grave responsabilidad frente a los intentos de manipulación.

Lo segundo -la guerra contra la mafia- tuvo su peor momento en los años 80 y 90. En 1982 fue asesinado el general Alberto Dalla Chiesa, jefe de la fuerza antimafia. En sendos atentados murieron en 1992 los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Pero en vez del resultado buscado por los jefes mafiosos, paralizar las acciones en su contra, la reacción del Estado, apoyada por una masiva movilización pública, fue de no cejar en el empeño. En 1993 fue arrestado Salvatore "Toto" Riina, entonces capo máximo.

Lo reemplazó Bernardo Provenzano, "Binnu u tratturi" (Bernardo, el tractor).

Por más de dos décadas logró eludir la persecución policial, hasta que la semana pasada una intercepción telefónica o el seguimiento de una entrega de lavandería desde la casa de su mujer permitieron que Provenzano fuese capturado sin mayores problemas.

La guerra no ha terminado, pero es probable que haya comenzado a escribirse el capítulo final. El escenario difícilmente será de nuevo una localidad pequeña como Corleone. Lo más probable es que Palermo asuma ahora como capital mafiosa.

Publicado en el diario El Sur de Concepción en abril de 2006

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