Cartas de lectores y presidentes

En una época dominada por la computación e Internet, cualquier persona puede tener su propia página para expresarse en el ciber-espacio. Y si le resulta muy engorroso hacerlo, la solución es un “blog”. Igualmente fácil es hacerse escuchar. Aprobar o desaprobar cuesta ahora apenas un “click” en el mouse del computador. Interactuar es otro término clave en nuestro tiempo.

No siempre fue así. Por años, la única forma de manifestarse –además de aplaudir o rechistar “en vivo y en directo”- fue a través de las “Cartas al Director” de un medio. En su mejor momento, las cartas a The Times eran un monumento al estilo de vida de los ingleses. En todo el mundo, siempre fueron, como puntualizan los autores del texto “Periodismo Moderno” (1965), un “valioso instrumento para medir la acogida del público”.

Eso fue, sin duda, lo que sintió el director de El Mercurio en días pasados cuando recibió una misiva firmada por el Presidente de la República. No era para felicitarlo, pero sí expresaba una amarga queja, proveniente de la más alta autoridad de la república: “He intentado lo mejor para Chile, para el reencuentro, pero el odio, la bajeza y la forma como su diario permanentemente ha tratado estos temas (se refiere a “informaciones” sobre parientes suyos), creo que hacen que su diario esté muy lejos de lo que dijera su abuelo. Ha terminado el suyo siendo un diario al servicio de una tribu, la tribu que desea sembrar el odio a través de los que escriben su página editorial y la tribu de los que quieren atacar no importa por cuáles medios”.

Hay medios que casi no reciben cartas. En 1990, cuando llegué a la Dirección del diario La Nación, eran tan pocas que prácticamente no existía una sección permanente dedicada a publicarlas. Otros, en cambio, se regodean, y hay lectores que se quejan porque sus mensajes no aparecen. En primera instancia, en cambio, el entorno presidencial se sorprendió de ver en letras de molde la misiva, escrita "de puño y letra, corazón y alma" del Mandatario como señalara el ministro del Interior, Francisco Vidal.

Suele ocurrir. Pero a estas alturas ya nadie debería ignorar que es inevitable que una carta que llega a un medio de comunicación termine publicándose si tiene valor noticioso. Y esta lo tenía. Tanto que incluso hubo manifestaciones de inquietud ante una eventual amenaza a la libertad de expresión que podrían encerrar los dichos presidenciales.

El resultado, sin duda, fue óptimo: el propio Presidente Lagos aseguró que le parecía bien que se publicara su carta. No le pareció tan bueno que se temiera una presión encubierta de su parte. “En este país, todos tenemos iguales derechos: la prensa a publicar y los ciudadanos, también el Presidente, a opinar sobre ello. En eso consiste la democracia”, afirmó.

Pese al impacto de tanta nueva tecnología, es seguro que en los diarios de Chile tendremos género epistolar para rato. El autor John Hohenberg, en “El Periodista Profesional” ya dictaminó, como otros profesores norteamericanos, que las cartas al director permiten medir “la seriedad con la que el público acepta los esfuerzos del periódico para fomentar los intereses de la comunidad”. Es, sin duda, lo que pretendían dejar en claro tanto el Presidente de la República como el Director de El Mercurio.

Publicado en el diario El Sur de Concepción en Septiembre de 2005

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