Cartas al Director

Cuando apenas llevaba unas pocas semanas a cargo de La Nación, en 1990, un periodista se me acercó un día con una gran sonrisa: “Director, me dijo, ahora el diario recibe cartas”. No eran muchas, pero ya habíamos logrado mantener a flote la sección sin necesidad de inventar la correspondencia o pedir ayuda a los amigos.

Para un diario es una maldición no tener cartas de los lectores. No solo no recibe feedback sobre lo que publica. También deja una imagen poco alentadora de su peso en la comunidad si nadie lo apoya o –mejor aún- le discute. Al parecer, era lo que había ocurrido en los años de la dictadura en La Nación. Pero el éxito también puede ser una maldición. Bien lo saben los lectores de El Sur que tratan de expresarse en su página de Cartas y no siempre lo consiguen. Con El Mercurio pasa lo mismo. Hay quienes me reclaman: “¿Por qué a ti te publican?”. Habría que preguntarles a los responsables. Pero está claro que siempre –desde el punto de vista del medio- es mejor tener mucho donde seleccionar y no poco.

En The New York Times la avalancha es permanente. Thomas Feyer, “letters editor” del diario, resume su drama: “Recibimos un promedio de mil cartas al día. Con mis colaboradores tratamos de leerlas todas, (pero) solo podemos publicar unas quince por edición”. (La cuenta es fácil y podría ilustrar sobre el tema a los más quejosos, que generalmente son los más perseverantes: cada 24 horas unos 985 lectores sufren la frustración de abrir el periódico y no encontrar su propia firma). Eso permite entender porqué se convirtió en “noticia” la publicación, en apenas tres días, de un mensaje del embajador chileno en Washington. Todo un record: un crítico reportaje sobre los salmones chilenos gatilló su inmediata reacción… y plantó rápidamente la bandera en el matutino..

No fue un éxito total. Su carta fue recortada implacablemente, aunque es difícil decidir cómo se manejó la tijera. Si hubiera pedido una rectificación, lo más probable es que quedara satisfecho. En eso, el Times cumple escrupulosamente con la obligación ética de corregir sus errores. Y, aunque rara vez rectifica en primera plana, lo hace en una sección permanente, lo que puede ser mejor. Pero esta vez el embajador Mariano Fernández buscaba que se hiciera claridad sobre la posición chilena, incluyendo una queja acerca del “modo dañino” en que estaba escrito el reportaje original.

En mayo de 2004, respondiendo a reiteradas consultas, el editor Feyer reconoció que hay un “área gris” entre los datos “duros” que aporta quien escribe una carta y sus opiniones. “Los escritores de cartas tienen derecho a sus propias opiniones… pero no a (inventar) hechos”. Agregó que se esfuerzan por verificar la información, lo mismo que la autenticidad del documento y que “editan” para no sobrepasar sus márgenes de espacio. “Idealmente, la página de cartas debe ser un foro para una variedad de voces y eso significa la obligación de dar al mayor número de lectores la oportunidad de expresarse”…

Su consejo: “Reaccione con rapidez y escriba de manera concisa y atractiva”.

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