El “resfrío” de China.

La imagen, concebida por Napoleón, se hizo realidad: China ya no es más “un gigante dormido”. Pero su despertar había sido, hasta ahora, bastante menos amenazante de lo que predijo el emperador francés (según algunas versiones, había asegurado que en ese momento, “el mundo temblaría”). En los últimos días, sin embargo, el desmesurado crecimiento de la Bolsa de Shanghai tuvo un sobresalto que repercutió en el mundo entero, “desde Tokio a Frankfurt, a Brasil y a Wall Street”, precisó The New York Times. Le faltó incluir en el enunciado la Bolsa de Santiago, que, después de un IPSA de tres mil puntos a comienzos de febrero, cayó el martes 27 de febrero en casi cinco puntos.

Recurriendo a otra vieja imagen, el analista Teng Yin, citado por El Diario del Pueblo on-line, afirmó que en la actualidad “si los mercados chinos se resfrían, los principales mercados del mundo van a estornudar”.

La Bolsa de Shanghai es un ejemplo extremo de las revolucionarias transformaciones que ha sufrido un país que tenía hasta hace pocos años una economía rigurosamente controlada. China ha abierto en el área financiera enormes espacios de libertad, que le permiten avanzar al futuro con la seguridad de que será la gran potencia de este siglo. Lo hace, sin embargo, en medio de grandes restricciones en materia de derechos civiles y humanos. Después de la gran crisis del martes 27, en un comentario atribuido al Primer Ministro Wen Jibao, se reafirmó la voz oficial: la democracia no tiene una alta prioridad.

China, escribió Wen Jibao en El Diario del Pueblo, debe preocuparse de lograr “un crecimiento sostenido y rápido de las fuerzas productivas… para asegurar finalmente la igualdad y la justicia social que yace en la esencia del socialismo”. Pero ello tomará tiempo: “Para consolidar y desarrollar el sistema socialista, aún se requiere un largo período histórico, tarea que requiere esfuerzos infatigables de varias generaciones, de más de una docena de generaciones, hasta varias decenas de generaciones”.

En cuanto al episodio del penúltimo día de febrero, pese a la aparente liberalidad del sistema, la reacción fue rápida dentro de las fronteras chinas. En un día y muy pronto se recuperó el control. No es seguro, sin embargo, que el mercado se estabilice definitivamente. Durante meses se han repetido las advertencias de que la Bolsa de Shanghai puede estar alimentando una gran burbuja gracias al juego especulativo de miles de pequeños inversionistas, seducidos por las enormes ganancias de los últimos años. Conforme una investigación periodística de The New York Times, al revés de la mayoría de los inversionistas del resto del mundo, los de China no se asustan cuando se denuncia un escándalo o un problema grave en una empresa. Como resultado, el marcado bursátil chino es hoy el más volátil del mundo. Por esto mismo, desde antes del episodio del martes 27, las autoridades han estado mostrando su preocupación porque la burbuja puede reventar y provocar un desastre financiero.

El primer ministro, Wen Jiabao, convertido en personaje clave en estos días, no sólo ha hecho advertencias contra quienes creen que la democracia está a la vuelta de la esquina. También planteó que se requiere una reforma en profundidad del sector financiero para lograr un desarrollo sostenible y seguro. Esta vez, en lugar de El Diario del Pueblo, eligió sintomáticamente la publicación del Partido Comunista de China "Qiushi" que significa Búsqueda de la verdad.

Debido a los rápidos progresos logrados por China en cuanto a industrialización, urbanización, internacionalización y creación de mercados, el país necesita en mayor medida que el sector financiero realice ajustes en la estructura económica e impulse la economía y el desarrollo social, señala Wen.

Lo que queda pendiente es el efecto en el resto del mundo. Sobre todo, si se toma en cuenta lo que dijo otro analista citado por la prensa oficialista china.

Según Hou Ning, del portal Sina en Internet, “en la actualidad, el ‘Factor chino’ se ha convertido en un eslabón decisivo en la economía global”. Y ello es algo que ya nadie puede alterar. Ni siquiera el mismísimo Napoleón Bonaparte.

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