Gladys: algunas dolorosas verdades

El multitudinario cortejo que acompañó el funeral de Gladys Marín es algo que ningún observador de la realidad chilena debería pasar por alto. Las circunstancias de su muerte –un cáncer alevoso- hacía previsible una gran demostración colectiva. Pero era difícil anticipar las lágrimas de tantas personas de la calle, ciertamente lejanas al Partido Comunista; su despedida sin fronteras ideológicas, o los destacados obituarios que le dedicaron desde The New York Times a Pravda.

¿Cuál es la explicación?

¿Su liderazgo político?

Es evidente que Gladys Marín influyó decisivamente en la política chilena por más de cuarenta años. Pero el Partido Comunista, estrangulado por el marco de hierro del sistema binominal, no logró representación parlamentaria en los últimos quince años. Es una fuerza significativa, que sin embargo sigue representando apenas una pequeña fracción del electorado. No está aquí, en consecuencia, la explicación de por qué miles de chilenos lloraron a su presidenta.

¿El sufrimiento? Son muchos nuestros conciudadanos que, igual que Gladys Marín, tienen parientes cercanos que fueron detenidos, torturados o hechos desaparecer. Aunque ella llegó a convertirse en una víctima emblemática tras la desaparición de su esposo y de su propio exilio, tampoco es esta la única o principal explicación para el impacto que produjo su muerte.

¿Su izquierdismo? Algunos sectores sostienen que en nuestro país solo la izquierda logra tribuna, más aun si sigue defendiendo viejas banderas como las de la Revolución Cubana o la Revolución Rusa. Parece una exageración. Al revés, es evidente que el mayor reproche que se le hacía a Gladys Marín era el de no abandonar a las gastadas enseñas comunistas, en momentos en que, de Moscú a Pekín, imperan otras utopías.

Parece que, después de todo, la clave está en una suma de factores. Gladys Marin fue una mujer valiente. Fue una mujer sin pelos en la lengua. Fue implacable, como lo han sido otras dirigentes de agrupaciones de derechos humanos: Sola Sierra, Viviana Díaz, Carmen Hertz, que se han ganado la admiración y el respeto de la comunidad nacional. Como ellas, luchaba por la justicia, tras los horrores de la dictadura y por la superación de las trágicas diferencias económicas y sociales que conoció desde su infancia campesina. Fue, como se ha dicho reiteradamente, incansable. Nunca claudicó.

Pero, aunque a algunos parezca de mal gusto decirlo ahora, en su vida y en su acción no dudó en justificar el terrorismo. Lo escribió es su obra testimonial “La vida es hoy”. En su momento no vaciló en darle luz verde al Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez y apoyó sin reservas a los regímenes comunistas. Era una “sovietincha”, como se definió una vez Luis Corvalán.

En su visión, Afganistán nunca fue un territorio ocupado por el Ejército Rojo, como tampoco Europa Oriental. La Unión Soviética ni Cuba nunca fueron dictaduras.

Es duro decirlo. Gladys Marín, como ser humano, merece nuestro respeto. También como dirigente. Pero su afán de justicia tenía un sesgo y su concepto de la libertad y la solidaridad no contemplaba a las víctimas del terror de Stalin y la “nomenklatura” o el “paredón” cubano.

Y eso no puede olvidarse.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Marzo de 2005

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