Indultos y debate

Señor Director:

El aniversario del 11 de septiembre ha puesto nuevamente en el tapete la discusión sobre el perdón y el olvido, la justicia y la reconciliación.

Uno de los escollos que plantea el tema es la intolerancia de quienes cierran de antemano toda posibilidad de diálogo.

Por años, los militantes duros del pinochetismo se aferraron al odio que rodeó el golpe de Estado. Al igual que el propio Pinochet, no creían que hubiese razón alguna para pedir perdón. Su estallido más reciente fue el patético espectáculo brindado por el grupo que lanzó gritos y maíz contra el general Cheyre. Pero ya su entusiasmo se estaba diluyendo después de la gran performance de la detención en Londres. Después vinieron, implacables, innegables, las muchas vergüenzas, entre ellas la de las cuentas secretas.

Más persistentes, ejemplarmente persistentes durante años, han sido los grupos relacionados con las víctimas, empezando por los familiares de los detenidos desaparecidos. La lenta acción de la justicia, entorpecida por la deliberada obstrucción ejercida por los victimarios, contribuyó sin duda a su exasperación. Pero la justicia de su reclamación no puede cegarnos ante el hecho real y concreto de que finalmente ha habido avances concretos. Hay crímenes que se han esclarecido. Hay asesinos y torturadores que están encarcelados.

Y, sobre todo, nadie prácticamente niega hoy la realidad de las denuncias.

Tres décadas después del golpe militar, parece que ha llegado la hora de empezar a mirar definitivamente hacia el futuro. No para echar tierra a un pasado lleno de horrores, sino para pensar que no podemos vivir permanentemente divididos.

No es un ejercicio fácil. Pero se hace más difícil cuando sólo se aceptan las opiniones de un sector. Pareciera que ni siquiera se reconoce la validez del pensamiento de todos los parientes de los detenidos desaparecidos o de todos los sobrevivientes de la tortura o la expulsión del país. Sus voces, y naturalmente las de quienes no vivieron tan directamente estas situaciones, han sido acalladas por quienes actúan como si detentaran el monopolio de la representación del sufrimiento.

Es hora de que se escuchen todas las voces. Es hora de que los chilenos tengamos la posibilidad de debatir muy francamente sobre lo que queremos para el futuro, no sólo en materia de economía, integración al mundo globalizado o defensa del medio ambiente. Más urgente es que seamos capaces de echar las bases para nuestra convivencia por mucho tiempo: sin vetos, descalificaciones ni exclusividades. Como dijo el Presidente Ricardo Lagos, "no se trata de olvidar el pasado, se trata de sacar las experiencias para que aquellos hechos no vuelvan a ocurrir".

ABRAHAM SANTIBÁÑEZ
Periodista. Profesor Escuela de Periodismo Universidad Diego Portales
Publicado como carta en El Mercurio, septiembre de 2005

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