La difícil misión de Izurieta

Por muchas razones, pero sobre todo porque el Ejército es la institución más jerarquizada de nuestra sociedad y la más celosa de su intimidad, al nuevo comandante en Jefe, general Oscar Izurieta, todavía le “penarán” algunos resabios del pasado.

Como ya se comentó antes en esta misma columna, a sus dos antecesores inmediatos no los acompañó la suerte. En el caso de Ricardo Izurieta, el momento fatídico fue la detención de Augusto Pinochet en Londres. El general Juan Emilio Cheyre logró –a juicio del ex Presidente Lagos- “devolver el Ejército a todos los chilenos”. Lo ayudó, sin duda, el tiempo y el desinterés anímico con la opinión pública percibe al ex dictador. Pero conspiraron en contra de Cheyre las inexcusables muertes en Antuco y en la Antártica. Incluso el penúltimo día de su mandato como comandante en Jefe se ensombreció por un inexplicable malentendido en el traslado de las cenizas del libertador Bernardo O’Higgins a su cripta definitiva.

El principal desafío del general Izurieta, asumiendo que las lecciones de Antuco y la Antártica han sido aprendidas, tiene que ver con algunas comprobaciones cuya magnitud recién percibimos la mayoría de los chilenos. Aunque es evidente que no fueron prácticas institucionalizadas, su gravedad y el nivel que alcanzaron dentro del Ejército son preocupantes. Se trata de los crímenes cometidos en democracia, por las cuales están siendo procesados militares de alto rango el más sintomático de los cuales es el asesinato del coronel Gerardo Huber. Según el frío lenguaje judicial, fue una operación destinada a “neutralizarlo”, es decir, se le dio muerte para que no revelara lo que sabía del envío de armas a Croacia.

La resolución del ministro en visita extraordinaria Claudio Pavez es apenas el comienzo. Nada, por tanto, es definitivo. Pero tampoco se debe minimizar este paso: es el resultado de una ardua investigación centrada en la muerte del coronel Huber en 1992. investigación que fue deliberadamente obstaculizada y entorpecida. En su curso se han sumado otros antecedentes recabados en otros procesos. Por ello, concluye el ministro, “se encuentra suficientemente justificado en autos que desde antes de 1991, un grupo de personas, militares y civiles, se organizaron bajo parámetros de hermetismo para vender armas de guerra otros países o traficantes extranjeros sin ajustarse, en algunos casos, a las normas legales o reglamentarias que regulan la materia y acatar el embargo o prohibición de las Naciones Unidas”.

En este contexto, prosigue el ministro Pavez, la Corte de Apelaciones de Santiago puso en descubierto “una actividad organizada, confidencial, encubierta e ilegal, destinada a realizar tales ilícitos y además para encubrir responsabilidades en dicho tráfico... sin importar la perpetración de nuevos hechos punibles”. Uno de esos “hechos punibles” es el asesinato del coronel Huber.

Aparte del escándalo que significa la alta investidura de los procesados, conviene tomar nota de la alevosía con la cual actuó el asesino del coronel Huber. A la traición de los juramentos de lealtad a la patria, se agrega, además, la agravante de haber pasado por alto valores tan nobles como el respeto a la amistad y el parentesco.

Pese a los buenos deseos de Ricardo Lagos, la verdad es que todavía hay mucho trabajo por delante en materia de recuperación de las confianzas. Y no es sólo por lo que pasó entre1973 y 1990.

10 de Marzo de 2006

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