De una sola línea

Hace unos 80 años, durante el primer gobierno de Carlos Ibáñez, el ex senador Eliodoro Yáñez, fue obligado a desprenderse de la propiedad del diario La Nación, que había fundado en 1914. Fue un duro golpe para este talentoso político y periodista, que creía que Chile necesitaba un diario que representara a la clase media y que abriera un espacio de moderación entre los extremos políticos, económicos y religiosos que marcaron el primer siglo de la prensa chilena.

Mónica Echeverría, descendiente directo del patriarca, ha recordado más de una vez la forma cómo lo presionaron para que cediera su propiedad al Estado. La alternativa fue la misma de siempre en estos casos: “Atenerse a las consecuencias”. Ella sabía del dolor que le produjo esta pérdida, de la cual nunca se recuperó hasta su muerte. En 1990, con el retorno de la democracia, Mónica pensó que podría darse marcha atrás a la historia y recuperar el diario para la familia. Pero no fue así. Hasta hoy, el matutino anclado en calle Agustinas, frente al palacio de La Moneda, pertenece mayoritariamente al Estado. El gobierno de “turno”, es decir, todos desde fines de la década de 1920, decide la composición del directorio de la empresa y este directorio, a su vez, designa al gerente y al director del diario. Cuando, en 1990, fui nombrado director, el ministro secretario general de gobierno me llamó personalmente para comunicarme la designación “a nombre del Presidente de la República”.

No es motivo de escándalo: el propietario “paga la música” y decide quien la interpreta y qué. Pero en este concierto, el resultado no siempre es armónico.

Hace cuatro años, al gobierno de Ricardo Lagos no le gustaron algunos reportajes sobre el caso Spiniak. El entonces secretario general de Gobierno, Francisco Vidal, reconoció paladinamente que “la línea editorial de La Nación, teniendo aspectos muy positivos, tiene otros que no compartimos”. Por ello, añadió que correspondía tomar las medidas necesarias para corregirla de acuerdo a la voluntad del socio mayoritario. Y, como consta en El Mostrador (19 de agosto, 2004),.despidió al director. “La línea editorial de un diario que es de gobierno tiene que coincidir con el gobierno”, remató.

Ahora de nuevo el diario pasó por una crisis. ¿Motivo? La portada del miércoles pasado, ocupada, contra un fondo negro, por un apocalíptico editorial sobre la votación en el Senado.

Esta vez, aunque el vocero era el mismo, el discurso fue diferente: Vidal, al ser consultado acerca de si no encontraba que la portada era “una provocación”, explicó que "La Nación tiene una línea editorial; cada diario tiene una línea editorial" y ello forma parte de la libertad de prensa que existe en el país.

También le preguntaron si conocía con anticipación que se publicaría esta portada. Dijo enfáticamente que no: "Yo leo La Nación en la mañana como a las seis y cuarto junto con el resto de los diarios. Ahora, empiezo por ella, por el ánimo".

Don Eliodoro podría creer que –finalmente- aunque no ha recuperado el diario, por lo menos se respeta la línea que quiso imprimirle.

Pero es de temer que la próxima vez el discurso oficial sea otro. Tal vez habría que pensar en devolverlo.

18 de abril de 2008

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