El día menos protocolar

Hace poco más de 29 años, el 22 (de diciembre) a las 22 (horas) debía empezar la guerra entre Chile y Argentina. ¿Qué la detuvo? Primero fue un temporal y, luego, la decisión del régimen militar argentino de aceptar la mediación del Papa Juan Pablo II.

Entonces, como ha recordado el general en retiro Ernesto Videla, se inició un laborioso recorrido hacia el acuerdo definitivo. En esta gesta, hay muchos nombres que recordar, incluyendo el del cardenal Antonio Samoré. Pero hay uno que se tiende a olvidar: el del cardenal Raúl Silva Henríquez.

Su momento crucial ocurrió el 3 de septiembre de 1978, en la ceremonia de entronización del recién electo Juan Pablo I. En este saludo protocolar, el cardenal Silva, acuciado por los vientos de guerra, decidió dar “un paso bastante audaz”, como recordó en sus Memorias. Hablando “en italiano, lo más rápido que pude… le conté a Juan Pablo I sobre nuestra angustia, de rodillas ante el trono”.

El nuevo Papa actuó con rapidez. A las dos semanas escribió a los obispos de Chile y Argentina y a los católicos de ambos países instándolos a que siguieran trabajando por la paz. Pero ocurrió lo impensable: el 29 de septiembre apareció muerto en su habitación.

El esfuerzo, felizmente, no se perdió. Esta vez no hubo demoras en la comunicación. Juan Pablo II retomó el tema. El pedido a que interviniera, fue más ortodoxo, hecho por carta, en forma conjunta por el cardenal chileno y los dos argentinos.

La mediación tuvo altibajos y, efectivamente, la postura del régimen chileno encabezado por el general Pinochet, fue siempre más receptiva que sus pares argentinos. Pero ello no significa que la responsabilidad de que las cosas llegaron al borde del enfrentamiento también recayera en las autoridades chilenas.

El dos de mayo de 1977 empezó esta historia. Ese día, se conoció el fallo de la Reina Isabel, de Gran Bretaña, que consagró el derecho chileno sobre las islas del Beagle. El excesivo triunfalismo chileno, según se recordaría más tarde, tuvo efectos contraproducentes: agudizó la sensación de derrota de los militares trasandinos, hasta el rechazo del fallo, declarado “insanablemente nulo” en enero de 1978. Entre medio, se realizaron diversas gestiones entre ambos gobiernos, incluyendo dos infructuosos encuentros de los Presidentes Pinochet y Videla. Hubo también una gestión del general Manuel Contreras que creía que los militares eran mejores que los civiles para arreglar estas cosas. No tuvo resultados. En la etapa final fue el ministro Hernán Cubillos, un civil, el que llevó los acuerdos a buen puerto, por parte de Chile.

Pero nada habría sido posible de no haber sido por el gesto poco protocolar del Cardenal Silva. En las etapas finales, en consideración a sus difíciles relaciones con el gobierno militar, lo prudente era que se mantuviera al margen.

Pero ya había hecho lo fundamental: conseguir que el Papa accediera a mediar.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas

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