Myanmar

Cuesta entender lo que pasa en Myanmar. Pero vale la pena intentarlo porque es uno de los últimos enclaves dictatoriales que existen en el mundo actual. Una vez más, como ha ocurrido periódicamente en el último medio siglo, la represión allí se ha hecho sangrienta. Después de una serie de enfrentamientos trágicos con muertos, que incluyeron al fotógrafo japonés Kenji Nagai, las autoridades decretaron toque de queda y recluyeron a la principal fuerza opositora: los monjes budistas.

En los últimos días, según testimonios de corresponsales, nadie quiere abrir la boca.

Parte de la dificultad de entender lo que pasa deriva del silencio, la lejanía y los cambios de nombres. Myanmar se llamó Birmania. Su capital era Rangún. Después, el nombre de la ciudad pasó a ser Yangon. También dejó de ser la capital. Los militares instalaron su sede en la remota Nyapidaw. Pero, claro, el epicentro de los incidentes no está allí sino en la antigua Rangún. También intentaron los militares que encabeza Than Shwe desde 1992, aislarse del resto del mundo. Lo lograron por años, hasta que no pudieron resistir la presión sumada de Internet y los monjes budistas. Unidos, son una fuerza incontrolable. O casi, porque los fusiles siguen siendo, todavía, la principal fuerza disuasoria.

En 1988, la protesta frente a la anulación de las elecciones, solo terminó por la fuerza (miles de manifestantes muertos) y la cortina de silencio. Esta vez se informó profusamente de las masivas demostraciones gracias a la difusión de imágenes digitalizadas, las que no existían en 1988. Tampoco existían en situaciones parecidas en Chile, 1973, o Tien An-Men, mayo de 1989. Las autoridades acusaron el golpe: “Algunos medios occidentales y antigubernamentales están sacando informaciones distorsionadas para alentar las protestas”, denunció el diario estatal “La Nueva Luz de Myanmar”. Es el argumento habitual en estos casos. No es fácil cortar las comunicaciones, pero las autoridades birmanas finalmente lograron hacerlo.

La heroína invisible de esta historia de represión, es Aung San Suu Kyi. Con arresto domiciliario la mayor parte de los últimos 20 años, rehusó autoexiliarse cuando tuvo la oportunidad. Galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1991 (nunca pudo recibirlo personalmente), es hija de Aung San, prestigioso líder de la lucha por la independencia. En 1990 su partido, de inspiración gandhiana y budista, ganó las elecciones. Pero los resultados nunca fueron aceptados.

Ahora fue sacada de su casa y llevada a otro lugar de detención. Por lo menos sigue viva, según pudo verificar un enviado de las Naciones Unidas.

La historia reciente de Birmania es una historia de abusos y horrores que, tarde o temprano, conducirá a un gran estallido social. Sólo una enérgica intervención del resto del mundo podría resolver pacíficamente la crisis.

Como el tema está radicado en las Naciones Unidas, el voto -o el veto- de China, puede ser esencial.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas

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