El destino de Benazir

Pakistán no existe. Todo es inventado. Nació de la partición de la India y posteriormente perdió un considerable territorio: Bangladesh. Su nombre es artificial: proviene de la unión hecha por el ensayista musulmán Chandhuri Ramat de la primera letra de las provincias P(unjab), A(fganistán), K(asmir) y el sufijo «istan» (país). Nunca conoció la verdadera democracia. Los militares han dominado 40 de sus 60 años de historia. Y –civiles y militares- todos han estado marcados por el signo de la corrupción.

En octubre, después del brutal ataque con bombas con que fue recibida a su retorno a la tierra natal y que costó la vida de unas 130 personas, Benazir Bhutto reiteró que no cejaría: “Seguiremos reuniendo con el público”, dijo a los sobrevivientes, “no nos detendrán”.

Solo la muerte podía detenerla. Y así fue. El jueves pasado, luego de una reunión con sus partidarios, en Rawalpindi, fue abatida a tiros por un suicida que, además, hizo estallar un poderoso artefacto explosivo. Esquirlas de la bomba le causaron la muerte.

Benazir Buttho estaba consciente del peligro. Para desplazarse usaba un vehículo blindado. Pero, en medio del entusiasmo, no vaciló en abrir el techo corredizo del auto para seguir saludando. Fue una decisión fatal: ahí arriba quedó expuesta tanto al fervor de sus adherentes como a la furia homicida de sus enemigos.

La ex Primera Ministra de Pakistán forma parte de una dolorosa procesión de víctimas de atentados políticos. Su caso se inscribe en una vertiente especialmente dolorosa: mujer, como Indira Gandhi; pakistaní, como su padre, Zulfikar Alí Buttho, esta cita con la muerte era -casi- inevitable.

El detonante de su muerte fue una explosiva mezcla: el rechazo de importantes sectores políticos conservadores, por una parte, y las acusaciones de corrupción que la obligaron dos veces antes a abandonar el poder. Como si esto fuera poco, era figura predominante en un peligroso escenario internacional.

Al final, pagó el precio del frustrado esfuerzo norteamericano por equilibrarse entre el dictador Pervez Musharraf, un decisivo aliado en la zona, y el restablecimiento de la democracia. El gobierno de George Bush no tuvo miramientos democráticos a la hora de apoyar y apoyarse en Musharraf frente a Al.-Kaeda y los talibanes. Pero tampoco podía ignorar la fuerte presión mundial a favor del retorno al gobierno civil, elegido en comicios libres y sin estado de emergencia.

Sin una receta mágica es difícil hacer milagros. Estados Unidos esperaba que un gobierno democrático, posiblemente dirigido por la señora Bhutto, le asegurarle la mantención de un fuerte aliado en una región cargada de problemas. Por ello presionó a Musharraf para que permitiera su retorno, desde el exilio. Pero, como se vio, desde el primer día estuvo siempre en peligro.

En medio de la incertidumbre, los pakistaníes solo pueden lamentarse: “Está claro que el panorama de Pakistán nunca será el mismo, habiendo perdido a una de sus mejores hijas”. Lo dijo el diario “The Dawn” (La Aurora).

Pero, podría ser más bien un ocaso, no solo para ella, sino para las aspiraciones democráticas de su país... y buena parte del mundo.

28 de diciembre de 2007

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