Indignados contra el secuestro

El secuestro (“acción y efecto de secuestrar”, según la Academia), ya es una epidemia mundial. Incluso en Chile, que parecía al margen de la moda del “secuestro express”, se registran algunos casos de tiempo en tiempo. (Se incluye, pese a las polémicas, la figura del “secuestro permanente”, que sigue en pie).

Pero en ninguna parte del mundo el secuestro ha llegado a los niveles “industriales” que tiene en Colombia. Ni el paso del tiempo ni las altas cifras de secuestrados (tres mil, por lo menos) ni la prominencia de algunos (es el caso de la ex candidata presidencial Ingrid Betancour), han permitido controlar el problema.

Es lo que ocurre cuando se trata de una situación especialmente compleja. Y ésta, la colombiana, lo es, que se remonta a décadas en el pasado. La complejidad de esta madeja política y delictual, fue expuesta crudamente por Gabriel García Márquez en su obra Noticia de un secuestro.

El Nobel de Literatura investigó durante meses lo ocurrido a comienzos de los 90 cuando llegó a su punto más alto la efervescencia producida por la situación de los “extraditables”: los narcotraficantes que Estados Unidos quería juzgar en su territorio, pese a su resistencia. La conmoción del caso, en que estaban involucrados una decena de personajes relacionados con el periodismo y los medios de comunicación, alentó la esperanza de que se terminaría con la plaga. Pero no fue así. Sólo cambió la naturaleza del “negocio”, ahora mayoritariamente manejado por la guerrilla.

Los colombianos han soportado duros golpes: secuestros que se prolongan por años, personajes prominentes que son retenidos y de los cuales se tiene, apenas, alguna información de tiempo en tiempo. El pasado 18 de junio, sin embargo, la indignación colmó toda medida.

Ese día cuando murieron once diputados regionales del Departamento del Valle del Cauca, secuestrados cinco años atrás. La información ha sido confusa. Se sabe que cayeron en un intento de liberación. Según los guerrilleros, fueron víctimas del fuego cruzado; según el gobierno, los asesinaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.

La indignación aumentó porque todo esto se sumó a la demora en concretar una oferta de canje entre algunos secuestrados y un grupo de guerrilleros.

¿El resultado? La más masiva demostración de protesta de la historia colombiana. El jueves 4 de julio, cientos de miles de ciudadanos salieron a la calle en las principales ciudades a pedir la paz. No todos coincidieron en lo que hay que hacer, pero el mensaje categórico fue el pedido al Presidente Alvaro Uribe y a las FARC que lleguen a un acuerdo humanitario.

El diario El Tiempo calculó en tres millones los manifestantes en Bogotá. Pero recogió una nota de escepticismo de un testigo: “¿Se acordarán de esto en dos meses más?

Esa es la angustiosa pregunta que se han hecho por meses y años los secuestrados y sus parientes.

6 de julio de 2007

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