Ayudando al Perú

El doble terremoto en Perú y la inmediata respuesta solidaria de Chile se han producido en momentos -como ocurre periódicamente- en que se tensaban las relaciones entre nuestros dos países.

La presidenta Michelle Bachelet fue cuidadosa al separar los temas desde el primer momento. Lo mismo hizo el Jefe de Estado peruano, Alan García.

Los chilenos, que sí sabemos de cataclismos telúricos de un extremo a otro de nuestra geografía, especialmente las generaciones mayores, no podríamos dejar de sentirnos solidarios con los vecinos del norte. Pero sería ingenuo creer que con ello se van a disipar definitivamente los nubarrones que han ensombrecido el horizonte.

Por una parte, cualquiera sea el volumen de nuestra colaboración, siempre será poco ante la magnitud de la necesidad. Faltan recursos: agua, señaló en primer lugar el alcalde de Pisco en una entrevista radial, electricidad, elementos de abrigo, alimentos y materiales para la reconstrucción, en ese orden. Ninguna ayuda chilena resolverá todas las necesidades, algunas de las cuales son anteriores al terremoto.

Tampoco puede esperarse que, aun en medio de la conmoción, las tensiones que se han ido acumulando en los últimos años -desde el centenario de la Guerra del Pacífico, por lo menos- vayan a desaparecer instantáneamente. Ni el aporte material ni la solidaridad espiritual serían suficientes para recrear los lazos de la confianza perdida. El mismo alcalde de Pisco, por ejemplo, al enumerar ante los micrófonos de la BBC de Londres los países que habían enviado ayuda mencionó a varios, pero no a Chile. No pocos chilenos, al mismo tiempo, han planteado con cierta cautela que, junto con la ayuda, hay que mantener la firmeza en la defensa de los derechos de nuestro país. No hay que olvidar que hasta el momento del terremoto, la opinión pública chilena, en una rara muestra de unanimidad, respaldaba al oficialismo ante a las nuevas determinaciones peruanas, la última de las cuales -de hecho, una innecesaria provocación fue la publicación de mapas con la reclamación territorial incluida.

En la década de 1960, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, se produjo en Perú otra catástrofe de la naturaleza. En el “callejón de Huaylas”, una avalancha sepultó numerosos pequeños poblados, en la región donde está Yungay. En ese tiempo, mi colega Hernán Millas sugirió en la revista Ercilla que impulsáramos una nueva versión de la tradicional canción de Yungay, buscando hermanar nuestros dos países en la reconstrucción de la zona devastada. Recuerdo que, en un programa en televisión, tuve oportunidad de plantearle el tema al canciller Gabriel Valdés. Fue acogedor, pero sin entusiasmo.

No estoy seguro si fue esta falta de entusiasmo lo que mató la iniciativa. O si Valdés, que con los años mostraría sus dotes de astuto zorro político, sabía (o intuía) que estos arrebatos líricos no nos llevarían a ninguna parte.

Las relaciones entre los pueblos requieren de buena voluntad. Pero, sobre todo, planteamientos claros y decisión de cumplir los acuerdos. No basta con los abrazos y las buenas palabras.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas

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