Los ecos del llamado del Abate

Tenían alrededor de 20 años en julio de 1959 cuando un “iluminado de la caridad”, como lo llamó entonces la prensa, los deslumbró con su mensaje en la Universidad Católica. Con las mismas palabras con que los cruzados habían sido llamados a liberar Jerusalén (“Dios lo quiere”), el Abate Pierre, un vehemente sacerdote francés, invitó a los jóvenes chilenos a comprometerse en la lucha contra la pobreza y la indiferencia.

Nadie sabe cuántos escucharon el llamado ni cómo lo aplicaron en sus vidas personales, profesionales o incluso políticas. Fueron muchos los que se sintieron tocados. Chile y el continente iniciaban en esos años un impredecible proceso de introspección. Entre los que si siguieron los pasos del Abate estaba José Aravena. Actualmente presidente de la comunidad de los Traperos de Emaús, no vaciló en viajar a Francia para asistir a los funerales de su mentor.

No fue el único.

El Presidente Jacques Chirac declaró conmovido que había muerto “una inmensa figura, una conciencia, un hombre que personificaba la bondad”.

Lograr este reconocimiento fue difícil. Durante más de medio siglo, Henri Groues, nombre civil del Abate Pierre, fue una espina clavada en el alma de sus compatriotas. Cuando decidió hacerse sacerdote renunció a la fortuna familiar (prósperos comerciantes en seda de Lyon) y durante la guerra luchó en la Resistencia contra los ocupantes nazis. Pero solo alcanzó figuración nacional en el crudo invierno de 1954.

Su preocupación eran los sin techo. Hacía lo que podía por dar vivienda, con la colaboración de un grupo de ex presidiarios y vagabundos. “Hacían caja” recogiendo desechos, lo que dio origen al nombre de “traperos”. Pero era poco y un día no soportó más. Una mujer había muerto de frío en la calle. Según contó en su primera visita a Chile, la gente con la que trabajaba se rebeló: “Padre… Hay que gritar pidiendo socorro, llamar a todos los que puedan ayudarnos”.

Lo hizo por la radio. El dramático mensaje sacudió a los franceses: “Amigos, socorro”. Un hotel cuya dueña le había ofrecido ayuda, se copó de inmediato. “En menos de tres semanas habían llegado 300 mil encomiendas y se habían reunido más de 500 millones de francos franceses… dados por los pobres y por los ricos”.

Su invitación era a sumarse a una gran campaña solidaria. Su preocupación, más allá de los sin techo de su país, eran los desamparados del mundo. Señalaba a fines de los años 50: “En este momento, mil quinientos millones de seres humanos no han tenido hoy la alimentación necesaria para convertirse en adultos normales… La mitad de los seres humanos de la tierra carece de un local para albergarse, para vivir con la dignidad de seres humanos. Hoy el diez por ciento de los habitantes de la tierra dilapida el 80 por ciento de la producción de la tierra”. Para paliar estos males proponía una alternativa: los voluntarios de la paz.

Sus seguidores tal vez no fueron tantos como el quería. Pero los hay en todo el mundo. Quinientas asociaciones en diversos países siguen su ejemplo. En Chile, los traperos (“Urracas Emaús”) están organizadas en Santiago, San Bernardo, Talca, Temuco, Valdivia y Concepción.

Es el fruto local de un mensaje directo: “Ustedes, dijo en la Universidad Católica en 1959, tienen que tener la inteligencia de comprender que la felicidad de la vida es querer ser feliz poniendo mi felicidad, mi alegría en el servicio de la alegría de todos…

El creía que era posible.

25 de enero de 2007

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