Abatida por el odio

Francamente, estoy horrorizada”. La frase, en medio del último artículo de la periodista rusa Anna Politkovskaya, no se refería a ella misma, sino a las eventuales reacciones que podría generar la dura política de su gobierno ante el conflicto checheno. En la nota, que se dio a conocer en la Novaya Gazeta, de Moscú, una semana después de su asesinato, la periodista incluyó el testimonio de un checheno torturado por los rusos y una implacable evaluación de la política antiterrorista del gobierno de Vladimir Putin.

Un grupo de madres le había escrito haciéndole ver que en los campos de concentración rusos los chechenos “detenidos en crueles condiciones, están sometidos a la degradación de los valores humanos y desarrolla un odio generalizado”. Anna Politkovskaya reprodujo parte del documento en ese último comentario. Pero ya había colmado, obviamente, la paciencia del nuevo poder autocrático ruso. Un pistolero no identificado hasta ahora la abatió a la salida de su edificio de departamentos. Le disparó primero al pecho y luego la remató con un balazo en la cabeza. Usó una pistola Makarov que abandonó en el lugar en su huída.

Ya es un lugar común –no por ello menos cierto- repetir que la primera víctima de una guerra es la verdad. Lo que no se repite tanto es que, para matar a la verdad, hay que exterminar a los periodistas. Tras la muerte de la periodista Politkovskaya se reveló que doce casos de asesinatos de periodistas no han sido esclarecidos en Rusia desde comienzos del año 2000, cuando Putin llegó al poder. En este caso el gobierno insistió que haría una investigación exhaustiva. Pero, tal como se temía, hasta ahora ha sido sin resultados.

Los temas más peligrosos para un periodista en la Rusia actual son la corrupción y la seguridad interna. Luego que los chechenos proclamaron su independencia, hubo un primer estallido bélico que duró dos años entre 1994 y 1996. Pero más tarde, con Putin, la segunda guerra se caracterizó por la ferocidad de lado y lado.

La periodista Politkovskaia sabía que los chechenos no están exentos de culpas: “Chechenia es el reino de la barbarie, escribió en un libro. Uno de cada dos muertos es un civil abatido de manera sumaria”. Creía, sin embargo, que responder a la violencia de unos con la de los otros solo conducía a una espiral sin sentido. Después de citar la carta de las madres de los detenidos, comentó en su artículo póstumo:

Francamente, estoy horrorizada por su odio. Estoy horrorizada porque tarde o temprano comprenderá no solo a grupos marginales, aquellos que han sido víctimas de la tortura”. Y, un poco más adelante, se preguntaba: “¿Estamos combatiendo su ilegalidad con nuestra ilegalidad?”.

La respuesta a esta dolorosa interrogante es la que definirá si Rusia va hacia un futuro más democrático o no. Por ahora, los comentarios son poco alentadores. Después de la muerte de Anna, se realizaron manifestaciones frente a su domicilio. En un letrero se leía: “El Kremlin mató la libertad de expresión”.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Ocubre de 2006

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