En el fragor del combate

En “Caravanas”, novela de James Michener ya mencionada en esta columna, el joven protagonista, un funcionario de la embajada norteamericana en Kabul a fines de los años 40, es inevitablemente acusado de ser “agente de la CIA”. Otros autores han profundizado el tema del espionaje hasta convertirlo en un género clásico de nuestro tiempo: Graham Greene fue solo el primero de una larga serie.

Pero Johnny Michael Spann no es un personaje de ficción. Su muerte, revelada el miércoles(1), ocurrió en medio de feroces enfrentamientos en la fortaleza de Qala Jangi, en las afueras de Mazar-i-Sharif donde se confinó a los partidarios extranjeros del Talibán. Convencidos aparentemente de que su suerte estaba fatalmente sellada, como ha estado ocurriendo sistemáticamente tras cada victoria de la Alianza del Norte, los prisioneros se amotinaron. Sólo después de tres días de lucha, en los que la Cruz Roja y otros organismos humanitarios denunciaron la participación de Estados Unidos y Gran Bretaña, incluyendo bombardeos aéreos, se logró el control de la situación. Los cadáveres de centenares de detenidos quedaron esparcidos en los terrenos de la enorme fortaleza, macabro testimonio de un combate desigual y sin tregua.

Cuando todavía no cesaba la lucha surgieron los primeros rumores acerca de la muerte de un norteamericano, el primero caído en combate en esta guerra (otros cuatro han muerto en las últimas semanas, pero lejos del frente de batalla). Finalmente el miércoles, el director de la CIA, George J. Tenet, utilizó un circuito cerrado de televisión para dar cuenta al personal de la agencia de la muerte de Spann. Después se entregó un comunicado a la prensa en el cual se informó que estaba en la fortaleza interrogando a los prisioneros Talibán cuando estalló el levantamiento.

Según el comunicado “aunque estos cautivos se habían entregado, su rendición –como muchas otras ofertas del corrupto grupo que representan- resultó sin valor. Su levantamiento, cuyo objetivo era el asesinato, costó muchas vidas, entre ellas la de un valiente norteamericano cuyo cadáver fue recuperado hace apenas unos horas”.

Esta parece ser la primera vez que la Agencia Central de Información norteamericana reconoce públicamente una actuación de esta naturaleza, aunque se sabe que otros 78 agentes han muerto desde la fundación del organismo, en 1947. De ellos, precisó The New York Times, sólo se conoce el nombre de 43.

Fiel a esta tradición, Spann, que había servido durante ocho años en el Cuerpo de Infantería de Marina, nunca le contó a nadie que trabajaba para la CIA. En su vecindario lo apreciaban como un buen muchacho y “un buen patriota”. “Se comportaba como un verdadero marine”, dijo a la prensa su vecino Richard Faatz.

El hecho de que Spann perteneciera al Directorio de Operaciones, el brazo clandestino de la CIA, y no fuera un combatiente regular ha subrayado dramáticamente el carácter de la fase actual de la guerra: “Desde el comienzo de la campaña, sostuvo The New York Times, oficiales de la CIA han proporcionado entrenamiento y apoyo logístico y de inteligencia las fuerza especiales norteamericanas y a los rebeldes anti-Talibán, tanto en el norte como en el sur de Afganistán”.

La verdad es que el episodio sólo ha reafirmado lo que se sabía: la ferocidad de los bandos en pugna. Tanto los ·”buenos” como los “malos”, cualquiera sea la óptica con que se los mire, no parecen saber de la “leyes de la guerra” o del tratamiento humanitario de prisioneros y heridos. Igualmente se sabía que no sería conciliar los bandos en pugna. Es lo que se ha visto en la reunión en Bonn, donde es posible que se llegue a un acuerdo, pero nadie está seguro de que se pueda llevar o no a la práctica.

29 de noviembre de 2001

Nota del Editor:

(1): Se refiere al miércoles 27 de Noviembre.