La frustración de Cancún

Cerrada abruptamente a primeras horas de la tarde del domingo 15, la reunión de la Organización Mundial de Comercio, OMC, en Cancún, fue definida oficialmente como un fracaso colectivo. La canciller chilena, Soledad Alvear dijo que en un caso así nadie gana ni nadie se fortalece. Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, coincidió en el mismo punto: “Sería inútil tratar de culpar a alguien en especial por el resultado de este encuentro: todos somos igualmente culpables dijo”.

No faltan, sin embargo, quienes creen que el Presidente George W. Bush, quien inauguró su gobierno cerrándose frente a los acuerdos ambientales, siguió con el rechazo al tribunal internacional y después llevó adelante la guerra de Irak sin tomar en cuenta la opinión de las Naciones Unidas es el principal responsable de la falta de acuerdo entre países ricos y pobres.

Hasta ahora, la globalización había sido bandera de lucha de algunos clamorosos grupos extremistas, que se manifestaron en diversos lugares del mundo donde se reunieron el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Pero en Cancún, fueron los propios países en desarrollo, agrupados en el G-21, que lideran China, Brasil e India, los que llevaron la voz cantante. Su objetivo era lograr acuerdos acerca de los subsidios de los países desarrollados a la agricultura y echar a andar mecanismos que regulen el comercio internacional.

Los argumentos en pugna son, por una parte, los de los países ricos, que creen que basta con liberar el comercio para que fluya más riqueza para todos, incluyendo más puestos de trabajo en el mundo entero, y por otra, los subdesarrollados replican que las ventajas siguen beneficiando a los más ricos.

La obstinada resistencia norteamericana hizo imposible un mayor avance. No se cree, sin embargo, que esto signifique un fracaso definitivo de las negociaciones, pero es evidente que ha habido un duro revés.

La globalización en sí parece un ser un proceso inevitable. Algunos la comparan con la ley de gravedad. Pero, igual que las leyes del mercado, exige consecuencia y en el sensible tema de la agricultura, casi ningún país ha dejado de escuchar las protestas de los productores. En Europa, especialmente en Francia, los productos lácteos son fuertemente subsidiados, lo que facilita su exportación al resto del mundo. Lo mismo ocurre con ciertos acuerdos preferenciales con las ex colonias francesas en Africa, cuyo mejor trato les cierra las puerta a los productos de América Latina y otros continentes. Pero es Estados Unidos, sin duda, el país que muestra la mayor contradicción entre su discurso a favor de la libertad de comercio y sus medidas proteccionistas. Se estima que los países desarrollados destinan 300 mil millones de dólares a proteger sus productos, los que reducen las posibilidades de exportación del Tercer Mundo, afectando directamente sus fuentes de trabajo.

Hay, pese a todo, quienes creen que se está avanzando, aunque sea lentamente. Uno de ellos es el experto Phil Bloomer, de la organización británica Oxfam que durante años ha estado preocupada de la situación de la alimentación en el mundo. En su opinión, lo que ha cambiado es que “en el pasado los países ricos hacían sus tratos a puertas cerradas sin escuchar al resto del mundo. Trataron de hacer lo mismo en Cancún, pero los países en desarrollo rehusaron firmar un acuerdo que habría desconocido los intereses de la gente más pobre del mundo”.

Habrá, pues, que esperar los siguientes capítulos de esta ya larga –y frustrante- teleserie.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el lunes 22 de septiembre de 2003

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