Castedo, maestro inolvidable

Leopoldo Castedo fue mi profesor -inolvidable- en la flamante -entonces- Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, en Ñuñoa, junto al Pedagógico. Ese fue un año, al finalizar la década de los 50, en que se juntó un maravilloso conjunto de profesores que nos enseñaron a amar la profesión y convertirnos en incansables perseguidores de “la mariposa azul de la noticia”, como la llamaba barrocamente Ramón Cortez.

Junto a don Ramón, Santiago del Campo, Lenka Franulic, Rafael Otero, Juan Honorato, Raúl Aicardi, Antonio Quintana, Leopoldo nos habló de historia contemporánea de América. La suya era una perspectiva que invitaba a soñar. Recién había completado el viaje por tierra -ni hablar de caminos- de un norte a sur del continente, en un enorme carromato que bautizaron, con Enrique Zorrilla y Roberto Montandón como La Iguana, vehículo inverosímil, pero que llegó, como el poeta Ercilla, donde nadie antes había llegado... en station wagon.

Lo maravilloso de Castedo era su facilidad para hilvanar historias y tenía muchas, como otros profesores de aquellos años, también llegados en el Winnipeg: Mauricio Amster y Abelardo Clariana.. Pero ninguno como Castedo, elocuente, incansable, que en busca de nuevos horizontes se alejó luego de la Escuela, pero nunca del periodismo chileno.

Su aventura chilena ya tenía 20 años y todavía le quedaban muchos desafíos por superar. El mayor, sin duda, fue el convertirse en el retratista de la epopeya del Riñihue, el despeje de los “tacos” de barro que dejó el terremoto de mayo de 1960. Esa filmación, iniciada como parte de sus funciones en la Universidad de Chile y en la estación de televisión que estaba pronta a inaugurarse, terminó en una crisis de proporciones. El choque con la burocracia, que implicó tener que vender parte de su patrimonio personal para pagar la película, bautizada La Respuesta- culminó con su renuncia a la Universidad y su incorporación a un cargo en el Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington.

Sintomáticamente para quienes entonces no lo entendieron, la película, realizada en tan difíciles condiciones, incluyendo un accidente de helicóptero, ganó todos los premios en el festival de documentales de Bilbao.... es decir, en la España franquista.

Nada de lo anterior opacó el cariño de Leopoldo por Chile. Este voluntario exilio terminó junto con el mandato de Felipe Herrera en el BID. Le siguió una misión en la ONU, por la cual estaba en La Paz el 11 de septiembre de 1973. Ello le significó un nuevo alejamiento de su patria adoptiva. Después vino el cáncer.

De todo se repuso y cada vez que nos encontramos en la última década, su recuerdo estaba siempre pendiente de los avatares del periodismo en Chile y del trabajo con los títeres de Ana María, mi mujer. Precisamente con ella dejamos inconcluso un proyecto de revivir los años previos a la Guerra Civil, cuando Leopoldo Castedo trabajó con la compañía de teatro La Barraca, con Federico García Lorca.

Ahora, cuando ya no podemos recuperar esas vivencias, sólo queda anotar, como lo hizo el propio Leopoldo en sus Memorias: “Gratos eran... los episodios relacionados con mis actuaciones durante más de tres años en La Barraca...”

Es una investigación pendiente. Y una razón más para lamentar, muy de veras, su muerte.

A.S.

Santiago, 15 de octubre de 1999