Huracanes sobre la prensa china

China parece encerrada en un auténtico zapato chino, de esos que ya no se usan, pero que marcaron a generaciones de mujeres para toda la vida. El dilema, en el caso de la prensa es cómo conciliar la Nueva Economía, que implica el fin de los subsidios del Estado y otras facilidades para las empresas con el temor de los gobernantes a la auténtica libertad de expresión.

Este es un proceso cíclico -dialéctico, en realidad- que los chinos han vivido más de una vez en el último medio siglo. De tiempo en tiempo deben abrir cauces a la expresión y luego, cuando la situación amenaza con descontrolarse, intentan cerrarlos de nuevo. Ahora ocurre que la liberalización económica va tan en serio que parece irreversible. Pero todavía cuesta aceptar en Pekín (o Beijing) que, por ejemplo, un periódico como Fin de semana del Sur , haya denunciado a nivel nacional el escándalo de la agonía de cientos de personas en la provincia de Henan, infectadas de sida por haber vendido su sangre a empresas gubernamentales que empleaban jeringas usadas.

El “golpe” periodístico causó conmoción, como siempre ocurre. Pero las autoridades, en vez de felicitar al director Qiang Gang, por hacer subir la circulación del periódico optaron por despedirlo. Peor suerte tuvo Guo Qinghai, quien después de trabajar en uno de los dos mil periódicos controlados por el Partido Comunista, decidió colocar su material en Internet, con seudónimo. Le sirvió de poco: el 26 de abril fue condenado a cuatro años de cárcel por “incitar al derrocamiento del gobierno”. En un mensaje transmitido a través de su esposa, el acusado manifestó que no estaba contra el comunismo ni contra el socialismo: “Solamente me limité a expresar mis opiniones. Es posible que el lenguaje haya sido un poco duro”, dijo.

Nueva Economía, libertad de expresión e Internet constituyen una mezcla explosiva para el régimen chino. Según Leonard Sussman, de Freedom House, de Estados Unidos, el control de las “cibercomunicaciones” en China es casi total. Hay un proveedor único de Internet, que limita fuertemente el acceso, “en especial de las noticias que llegan del exterior. Los ciberdisidentes han sido encarcelados. Funcionarios de seguridad inspeccionan los sitios en la red para asegurarse de que no entreguen secretos de Estado. Estos pueden referirse al arresto y tortura de los seguidores del prohibido Falun Gong, movimiento que enseña la meditación y los ejercicios de respiración para mejorar la salud y los hábitos morales. Sobre la base de dicha vigilancia de seguridad, algunos sitios de Internet han sido cerrados, el correo electrónico censurado y sitios fuera del país atacados desde China”. Esto último se hace copando los servicios con gran cantidad de correos, como le ha ocurrido a una organización de Derechos Humanos con sede en Hong Kong.

La paradoja es que, como apunta el mismo comentarista, “el libre flujo de información nacional e internacional sólo puede significar beneficios para el impulso chino hacia el desarrollo económico. Por ahora, los censores tradicionales acallan a los reformistas...”.

Esto lo escribió hace unos meses. Ahora, la situación se ha vuelto crítica: los aires de libertad y las necesidades económicas empujaron a muchos periodistas a mayores audacias. Pero -repitiendo el ciclo de siempre- tanta audacia no ha gustado y en las últimas semanas, según registró el corresponsal en Hong Kong de El mundo, de Madrid, “tras Qiang, otros directores y periodistas de todo el país han comenzado a ser destituidos y encarcelados”.

Pero el círculo no se cierra todavía. Otros periodistas, en lugares más libres como Hong Kong, por ejemplo, están a su vez denunciando las persecuciones. Lo harán, mientras puedan. O hasta que la situación cambie definitivamente.