No es lo mismo Dolly que Juanito

Nunca, salvo en alguna disparatada comedia, el ambiente científico, normalmente tan solemne, se había convulsionado tanto. El escenario, el martes pasado, en la venerable Academia de Ciencias de Estados Unidos, “tuvo por momentos contornos de circo”, según un reportero de The Washington Post. Pero el “señor Corales” de este espectacular choque de opiniones, el profesor italiano Severino Antinori, dijo no estar para bromas y denunció que se estaba “volviendo al tiempo de las tinieblas”.

El detonante de estas tensiones fue el anuncio de Antinori y su socio, un norteamericano de origen griego, de que seguirán adelante, contra viento y marea, con sus experimentos para lograr la primera clonación de un ser humano.

El tema ha estado en el tapete de la discusión desee el nacimiento de Dolly, la ahora famosa oveja experimental que nació en el Instituto Roslin, de Edimburgo, en 1997. Desde entonces se han reproducido cinco especies animales –ovejas, ratones, cabras, cerdos y vacas- en experimentos que se justifican diciendo que podrían ser útiles para prevenir enfermedades o curar males hasta ahora sin remedio. Pero la mayor tentación ha sido, desde entonces, la de hacer un clon de un ser humano. En algunos casos se trata –como ya ha ocurrido con algunos experimentos de congelación de cadáveres- del deseo de un multimillonario con una enfermedad terminal de revivir (“en vivo” o en duplicado) cuando se descubra remedio para su mal. Otras veces, son padres que quisieran tener una réplica exacta de un hijo perdido en un accidente o por enfermedad. A ellos suman ahora padres que no pueden tener hijos y que quieren tenerlos gracias a la experimentación en laboratorios. Antinori, fue calificado en 1994 como el “Doctor Milagro” cuando logró que Rosanna Della Corte se convirtiera en la mujer capaz de ser madre a los 62 años, un record absoluto.

El áspero debate en la Academia norteamericana se centró mayoritariamente en la inseguridad acerca de los procedimientos de clonación. En el caso de Dolly hubo 277 intentos fracasados antes del que tuvo éxito. Esto significa que otros tantos embriones fueron desechados en algún momento, varios tras ser fecundados, otros cuando estaban siéndolo in vitro. Desde el punto de vista de la investigación, ello puede aceptarse en animales, pero ciertamente representa un riesgo inaceptable en el caso de los seres humanos.

Se ha afirmado, además, que incluso si la experiencia tuviera éxito, nada garantiza la normal supervivencia de ese nuevo ser. Se teme que pueda presentar malformaciones de todo tipo, o riesgos aun desconocidos para su salud. Según Art Caplan, profesor de bioética de la Universidad de Pennsylvania, “la clonación es una ciencia inexacta”.

Pero el tema de fondo es, por cierto, otro. La Academia Pontificia para la Vida ha hecho un notable resumen de las objeciones fundamentales desde el punto de vista de la fe. Sin duda lo suscribirán no sólo los católicos, sino todas las personas que creen que el ser humano tiene un alma trascendente.

Se dice este documento: “El proyecto de la “clonación humana” es una terrible consecuencia a la que lleva una ciencia sin valores y es signo del profundo malestar de nuestra civilización, que busca en la ciencia, en la técnica y en la “calidad de vida”, sucedáneos al sentido de la vida y a la salvación de la existencia”.

No se niega, al mismo tiempo, la importancia de la investigación en este ámbito “en el reino vegetal y animal.. observando las reglas de la conservación del animal mismo y la obligación de respetar la biodiversidad específica”.

La conclusión es clara: por mucho que amemos a los animales, no es lo mismo clonar ovejas o ratas que seres humanos.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 11 de agosto de 2001