El defensor en acción

A grandes males, grandes remedios. Después del bochorno causado por el audaz periodista estrella Jayson Blair, quien escribía sus reportajes "sin moverse de su escritorio", "The New York Times" tuvo que tomar diversas medidas de fondo. La más reciente ha sido el estreno del "Public Editor", conocido en otros lugares como "ombudsman" y también como "Defensor del lector".

Aunque el ombudsman es un concepto sueco de comienzos del siglo XIX, no se aplicó a la prensa hasta 1967, cuando el diario Courier-Journal de Louisvill, Kentucky, creó el cargo. Aunque el responsable del "Departamento de Crítica Interna", como se le llamó, debía atender las quejas de los lectores, su labor sólo se expresaba en informes internos. Unos pocos años más tarde, en 1970, "The Washington Post" le dio a un funcionario las atribuciones para hacer en forma independiente chequeos sobre cualquier tema y, además, le entregó una columna para publicar los resultados.

Mientras la figura del "defensor de los lectores" se expandía por el mundo, "The New York Times" esperó más de 30 años y un gran escándalo interno antes de entregarle el cargo al periodista Daniel Okrent.

Pese a las contundentes razones a favor de la determinación, el anuncio -según reconoció el periodista Okrent en su primera columna- no fue unánimemente bien recibido. La razón es simple... hasta cierto punto. A nadie le gusta que lo miren por encima del hombro mientras hace su trabajo. Menos los periodistas. Y, menos que nadie, los periodistas de un trasatlántico de gran tonelaje como "The New York Times". Pero, como dijo el mismo Okrent, en su declaración inicial: "Creo que éste es un gran diario, pero creo que es profundamente falible. La presión de la hora de cierre, la lucha por el golpe, el esfuerzo por mantener la imparcialidad pueden hacer que uno a veces tome tanta distancia que al final se pierda el equilibrio...".

El domingo pasado encaró su primer caso: las dudas sobre el trabajo de un periodista del diario en relación a un poderoso calmante destinado a las víctimas de cáncer que podría crear adicción entre los pacientes.

Los fabricantes, Purdue Pharma, alegan que el tratamiento ha sido sensacionalista y exagerado, pidiendo que el diario cambiara al reportero Barry Meir. De hecho, Meir no estaba cubriendo la noticia en el último tiempo, pero la retomó cuando un conocido hombre público se vio afectado por el medicamento.

La última palabra del defensor de los lectores fue que un diario no debería ceder ante las presiones externas, pero tampoco cerrarse los ojos cuando puede haber un conflicto. En este caso, afirma salomónicamente, habría sido mejor que el reportero Meir no hubiera vuelto a hablar de la droga, para no dar la sensación de que lo estaba haciendo por un afán personal.

No es un comienzo espectacular. Pero es el primer paso en un largo recorrido.

En Chile la única experiencia con un defensor de los lectores la tuvo, por un tiempo, el diario "La Epoca". No prosperó, pese a que estaba a cargo de Guillermo Blanco, quien más tarde obtuvo el Premio Nacional de Periodismo. Es que requiere independencia, recursos, inamovilidad y la confianza de sus propios colegas. No es una solución fácil, pero en la batalla por imponer la autorregulación frente a las recurrentes amenazas de quienes quieren crear leyes cada vez más restrictivas, es una esperanza.

Habrá que estar atentos a ver qué ocurre en el futuro.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 29 de diciembre de 2003

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