La desigualdad oficializada

Con cierta ingenuidad, el Metro de Santiago recomienda a los usuarios dejar libre la pasada por la izquierda para los que “van apurados”. La experiencia mundial está demostrando que el asunto no es tan fácil ni sencillo. Cuarenta años después de su instauración y a casi dos décadas del derrumbe de los “socialismos reales”, el gobierno cubano acaba de dar una espectacular voltereta. Las utopías de hace medio siglo, tenazmente defendidas por Fidel Castro ya no convencen a su hermano y sucesor, Raúl. En el Caribe se vive un proceso de demolición con pocos precedentes.

La lección es que por la izquierda no se avanza más rápido. En consecuencia, el régimen cubano que empezó soltando la mano por los artículos de consumo y, muy especialmente por los instrumentos modernos de comunicación, como los celulares, no puede parar. Ahora entró en una etapa más compleja: aceptar que el igualitarismo a la fuerza no resulta. En Granma, el Viceministro de Trabajo y Seguridad Social, Carlos Mateu Pereira escribió el réquiem de los sueños del pasado: “Ha existido una tendencia a que todo el mundo reciba lo mismo y ese igualitarismo no es conveniente”.

La reflexión se va a traducir, a partir de agosto, en que cada trabajador dependiente del Estado recibirá un pago conforme su rendimiento, sin “límite en el salario”. Según la resolución 9/08 del Ministerio de Trabajo, “ahora quien labora en un área que produce un determinado artículo, va a cobrar por la producción o sobre cumplimiento de ese bien. Si presta un servicio, cobrará por la calidad del mismo”.

El cambio, por profundo que sea, no debería sorprender a nadie. Ya hace casi un año, Raúl Castro había dicho que el salario medio de los cubanos era “claramente insuficiente para satisfacer todas las necesidades”: Más aun, denunció que había “dejado de cumplir su papel de asegurar el principio socialista de que cada cual aporte según su capacidad y reciba según su trabajo”.

En realidad, lo sorprendente es que, por años, Fidel Castro haya insistido en justificar no solo en la práctica, sino con algunas reflexiones teóricas la necesidad de mantener la economía igualitaria. Adujo, muchas veces, el bloqueo norteamericano como razón. Pero también recurrió a Marx:

Creía (Marx) …en el desarrollo de las fuerzas productivas y las posibilidades de la ciencia y el talento humano”, pero, “concibió un mundo cabalmente desarrollado como condición sine qua non de la existencia de un sistema social capaz de producir los bines necesarios para la plena satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de la sociedad…” (Citado por Abel Enrique González Santa María en “Las principales tesis de Fidel Castro sobre las causas que afectan el desarrollo económico y social del Tercer Mundo”, septiembre de 2007.

En otras palabras –creo yo- la rígida política impuesta desde el gobierno, seguiría imperando en Cuba hasta que el mundo cambiase por completo. O, en vez de seguir Fidel al timón, se hiciera cargo alguien más pragmático, como Raúl. Fue lo que ocurrió.

La duda, ahora, es acerca de lo que viene: la libertad económica, tan tímidamente esbozada, tiene su propia trampa: nunca deja satisfecha a la ciudadanía. Habrá más y más peticiones, más y más discusiones en torno a las desigualdades económicas que vendrán y es difícil saber si el régimen logrará imponer su control. Hasta ahora los chinos son los únicos que han logrado un equilibrio relativamente aceptable ante tal dilema.

A. S.
13 de junio de 2008

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