Usted, dígalo, no más....

En un mundo que ofrece cada vez menos certezas, hemos perdido el último baluarte, el del idioma. ¿Culpable? La reciente publicación del “Diccionario panhispánico de dudas” por parte de la venerable Real Academia Española, en complicidad con la Asociación de Academias de la Lengua Española.

El volumen, de 848 páginas, es el fruto de años de un gigantesco esfuerzo que sólo se concretó, tal como se reconoce, “con el mecenazgo de la Telefónica”. La obra está marcada por un realismo poco frecuente en los ámbitos dedicados al estudio: empieza reconociendo que “el español no es idéntico en todos los lugares en que se habla”. Al mismo tiempo, según estos eruditos, se deja constancia de que nuestro idioma tiene una “expresión culta de nivel formal extraordinariamente homogénea”. Y en ese plano busca resolver dudas y perplejidades.

Para ello, siempre en un plano realista, explican que “la norma que el Diccionario académico define como ‘conjunto de criterios lingüísticos que regulan el uso considerado recto’ no es algo decidido y arbitrariamente impuesto desde arriba”. En consecuencia, “lo que las Academias hacen es registrar el consenso de la comunidad de los hispanohablantes y declarar norma, en el sentido de regla, lo que estos han convertido en hábito de corrección...

Adiós, pues, al viejo lema que sintetizaba la tarea de la RAE en tres conceptos: “limpia, fija y da esplendor”. Adiós también a quienes, impositivamente, se deleitaban con el modelo autoritario: “¡Usted, no lo diga!”. Tras los pasos del poeta latino Horacio, ahora se nos dice –sabiamente, creo yo- que “en manos del uso se halla el juicio, el derecho y la norma de hablar”.

Como resultado se incorporan términos nuevos, que durante años han sido de uso corriente, pero que no habían traspasado la puerta de la academia, como “interfaz”, (y no interfase); “computador(a)”, reconociendo que en España se opta por “ordenador”; “disquete”; “punk”, “kétchup” (más usada que “cátchup” o “cátsup”, aunque también posibles).

Hay flexibilidad: dado que en distintos lugares se opta por soluciones distintas, se aceptan tanto Nueva Zelandia como Nueva Zelanda. Poetisa, se señala, es el femenino tradicional y más usado, pero “modernamente se utiliza también la forma poeta”. Igualmente se opta por una solución salomónica en el caso que ha torturado a muchos lectores y redactores: el plural (o no) de “clave”. La norma era que no cabía el uso del plural, por ejemplo, al hablar de “personajes clave”. Ahora este Diccionario reconoce que “puede permanecer invariable o adoptar también la forma plural”. Parece de Perogrullo, pero no lo es: esta voz puede escribirse –como es usual- como una sola palabra, pero también como dos, Pero Grullo.

Se hacen precisiones, como es el caso de la diferencia entre actriz y actora, ambos términos correctos, pero que se usan en situaciones distintas. Y también recomendaciones: Ciudad del Cabo y no Capetown, por ejemplo. Pekín (más que Pequín) en vez de acoger Beijing, la transcripción conforme el sistema pinyin.

Pero también hay términos sin destino, por lo menos en esta vuelta.

Así, por ejemplo, se incorpora estadounidense y también se acepta estadunidense, pero no usamericano ni estadinense. O estandarizar aunque no estandardizar ni standarizar. Tampoco se acepta blog. Se prefiere bitácora o –como alternativa- ciberdiario.

Pero ¿estará dispuesto a aceptarlo algún “blogger” hispanoparlante? O ¿reconocería alguna bella que se ha hecho un “estiramiento”, que es lo que se recomienda en vez de lifting, que por supuesto suena mejor?

Febrero de 2006

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