La “doctrina” olvidada

Hace poco más de quince años, junto con Genaro Arriagada. nos vimos obligados a compartir con Alejandro Guillier “la góndola”, una enorme celda del tercer piso de Capuchinos. Entonces, igual que ahora, yo estaba convencido de que un periodista no tiene que ir preso por hacer su trabajo. Y sostuve, además, que por muchas comodidades que tenga “el anexo cárcel”, no es un hotel de tres ni de cinco estrellas. Ni siquiera de una.

Por eso me duele ahora, cuando Alejandro Guillier ha sufrido nuevamente la ignominia del encarcelamiento, que me haya correspondido -como integrante del Consejo de Etica de los Medios de Comunicación- suscribir el fallo contra Chilevisión y su director, es decir, contra el propio Guillier, por haber incurrido en “graves faltas a la ética”.

En primer lugar es necesario reiterar algo que se dice en el extenso fallo: hay que separar aguas. El campo de la justicia no es el mismo de la ética, aunque a veces sean muy cercanos y puedan confundirse. Hay fallas éticas que no son necesariamente delitos. Y al revés. Lo anterior lleva a una segunda consideración: el mejor camino para prevenir males mayores sigue siendo el de la autorregulación.

Pero, y esto no lo dice el fallo del Consejo, para que el sistema funcione, debe conocerse su existencia y valorarse su labor. Tomás MacHale, que tuvo oportunidad de visitar otros consejos de otros países, insistía hasta el día de su muerte en la necesidad de que el consejo tuviera sede propia y que el público pudiera presentar sus denuncias de manera expedita, incluso por teléfono o e-mail. “En Londres, repetía, en el metro hay letreros que advierten a quien tenga una queja dónde, cómo y a quién puede hacerla llegar. ¿Por qué no aquí?

Lo mismo ha dicho, en estos días, Gonzalo Vial Correa, ex integrante del Consejo. A propósito del “Caso Spiniak”, sostuvo que ninguno de lo que califica como “excesos comunicacionales”, habría ocurrido de haberles hecho caso los canales de TV a las recomendaciones de su propio Consejo.

En sus casi doce años de existencia, el Consejo de Etica de los Medios ha generado un conjunto de fallos y dictámenes que se analizan permanentemente en las Escuelas de Periodismo, pero que luego –según parece- se olvidan. Si se tratara de sintetizar esta “doctrina”, habría que decir que el Consejo y quienes lo integramos, creemos en el valor de la libertad de prensa, piedra angular de todas las libertades. Pero también creemos en la suprema dignidad del ser humano. Conciliar estos valores no es fácil. Para lograrlo tal vez sea indispensable un análisis hecho desde dentro, por quienes, como periodistas, conocemos de primera mano la fascinación y los peligros de nuestro oficio.

Una cosa es segura: tenemos conciencia de que los excesos no sólo hacen daño a las víctimas, sino también a los victimarios. La situación vivida por Chilevisión (y por otros canales y otros medios) afecta sin duda a quienes han sido agraviados, como el juez Daniel Calvo. Pero también afecta a los periodistas mismos, tanto en lo personal como en el aspecto más delicado de la profesión: la confianza del público y la credibilidad que les otorga ese público. Sin ese sustento, ningún medio puede vivir, ni sobrevivir.

Ojalá esta vez el pronunciamiento del Consejo, que fue creado por los propios medios, no caiga en oídos sordos, dentro o fuera de Capuchinos.

Publicado en el diario El Sur de Concepción. Diciembre de 2003

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