Editorial

Vías exclusivas: Balance pendiente

Cuando se anunciaron las “vías exclusivas” para la locomoción colectiva como remedio para los casos de contaminación aguda en Santiago, hubo no pocos escépticos. Varios alcaldes manifestaron, algunos en privado, otros en público, su disconformidad. También el suscrito lo tildó de ejercicio teórico.

El éxito de la primera experiencia, en la última semana de mayo, cuando miles de santiaguinos optaron por quedarse en casa o enfrentar los riesgos de la locomoción colectiva, ha movido a los propulsores de la medida a reconocer que ellos también tenían dudas pero que, ahora, a la luz de lo ocurrido, no sólo seguirán adelante, sino que están dispuestos a implementar de manera permanente estas vías exclusivas. Aunque no está claro a qué se refieren las autoridades, su sentido es inequívoco para los dirigentes microbuseros: su sueño, ha dicho Demetrio Marinakis, es tener determinadas calles únicamente para ellos y sus vehículos.

Es el momento de revisar lo que realmente ha ocurrido.

Lo primero es pensar que el pesimismo de algunos no fue sólo un ejercicio negativo. Por el contrario, muchos de los que dudaban son partidarios de la Concertación, por lo que no se les puede achacar un móvil político. Otros, como el suscrito, hemos pedido “por abajo”, simplemente porque nunca hasta ahora, los propietarios de buses han cumplido cabalmente con sus promesas... y han sido muchas. ¿Qué razón habría para que ahora sus ofertas de respeto a los peatones, los ancianos, los niños, los escolares, se cumplieran?

Si efectivamente la decisión de la autoridad santiaguina tuvo éxito, ello fue por la colaboración de la ciudadanía, colaboración que todavía no sabemos si fue de buen o mal grado y si se repetirá siempre en el futuro. En medio de la expectativa generada por la llegada al poder del Presidente Ricardo Lagos, un gran porcentaje de ciudadanos está dispuesto a concederle el apoyo o, por lo menos, el beneficio de la duda. Tanto al Jefe del Estado como a sus colaboradores.

Era previsible, por tanto, que muchos santiaguinos simplemente apoyaran la medida como un gesto de confianza.

También es indudable que la apoyaron por esa mezcla de temor y resignación que preside, desde hace años, nuestras vidas. No siempre nos gusta lo que dispone la autoridad, pero desde el tiempo del régimen militar, muchos hemos entendido que lo mejor es acatar los dictados del poder, ya que no se nos deja mucho margen de maniobra ni se nos pregunta con frecuencia acerca de lo que queremos... y cuando ello se ha hecho, la voluntad popular no emergió claramente, como pasó con los primeros plebiscitos de la Dictadura.. La conciencia cívica no se rebela abiertamente en casos así, sino que lo hace con pequeñas trampas donde puede. Por ejemplo, desde eludir el pago del impuesto a las compraventas a pasarse los semáforos en luz roja antes de las siete de la mañana o conducir bajo la influencia del alcohol, como se dice eufemísticamente, cuando no hay una intensa campaña de control.

Todavía no es hora de sacar cuentas alegres.

Lo que pasó en el primer día de pre-emergencia revela que las motivaciones de quienes viven en Santiago son muy variadas. Que están dispuestos depositar una vez más su confianza en las autoridades, pero que esperan resultados concretos mucho antes de lo que se está pronosticando.

Vale también la pena reflexionar acerca de la conducta de los propietarios de los buses y sus conductores. Una golondrina no hace verano. Un único día de aparente mayor preocupación, tampoco. Buses que circulan en nuestras calles a 80 kilómetros por hora, como se dejó constancia en la prensa, no son vehículos de servicio público sino amenazas para la vida de sus ocupantes y de quienes se crucen su camino.

Mientras no se entienda esto, no se puede hablar de un balance positivo.

Abraham Santibáñez