Editorial:

En el lento camino de la verdad

La laboriosa construcción de la mesa de diálogo culminó en vísperas del gran temporal de mediados de junio. Su impacto casi naufragó en medio de las aguas desbordadas que hicieron “colapsar” a Santiago, como dicen con tan poca originalidad nuestros comentaristas, pobres en vocabulario y en imaginación,

Pero no hubo tal colapso -la ciudad siguió funcionando, evidentemente afectada por el exceso de agua- ni tal naufragio. Aunque, como es inevitable, las lluvias van a seguir, ya sabemos que la ciudad, pese a estos males que arrastra desde hace años, es capaz de sobreponerse. Y en cuanto a la mesa de diálogo, ciertamente la última instancia para una recomposición del entendimiento civilizado entre los chilenos, también sobrevivió a los embates de los extremismos.

La derecha, como comentó el senador DC Jorge Pizarro, sólo expresa, en sus críticas, la desesperada sensación de haber ido de derrota en derrota. Después de estar a punto de lograr el poder con Joaquín Lavín, el más atípico de sus abanderados, no ha logrado entender el dinamismo del Presidente Ricardo Lagos ni el mágico contacto que ha logrado establecer con la ciudadanía en sus primeros cien días. La izquierda en la cual se destaca tan nítidamente el PC, aunque no esté sólo, repite el mismo error de diagnóstico de fines de los 80, cuando se negó tenazmente a participar en la institucionalidad impuesta por el régimen militar. En 1988 no creía en la conveniencia de las inscripciones electorales... y fue dejada atrás por un poderoso impulso colectivo que sí creyó que el plebiscito de ese año tendría garantías reales y el candidato único podía ser derrotado.

Nada de lo anterior significa, desde luego, que todas las críticas al resultado de la Mesa de Diálogo sean infundadas.

Hay legítimos temores de que, para lograr el acuerdo se hayan sacrificado aspectos importantes. Y hay un problema fundamental: ¿qué va a pasar después de seis meses si no hay resultados concretos? ¿Si no hay nuevas informaciones sobre el destino de los detenidos desaparecidos? ¿Si, como temen algunos sectores, la lealtad mal entendida es más fuerte que la verdad? Y es evidente que, si se encuentran los restos, los detenidos dejarán de ser desaparecidos y por lo tanto la figura jurídica del secuestro que posibilitó los últimos procesos se habrá terminado.

Si la derecha cree que con eso va a ganar la última batalla, demostrará estar equivocada una vez más: desde el informe Rettig hasta ahora, la percepción nacional cambió por completo. El pinochetismo duro, que hacía mofa en las calles de Santiago de los presuntos detenidos desaparecidos, deberá aceptar que fue engañado o se engañó deliberadamente y no vio lo que tenía que ver: que hubo crímenes horrorosos, sin justificación alguna. Incluso la recién jubilada ministra Camposano, que ha recibido tantos homenajes últimamente, debería reconocer, en algún momento futuro, que el argumento -hecho suyo- de la guerra civil y los enfrentamientos, que pudo tener asidero en la primera semana del golpe, en setiembre de 1973, no explica ni justifica los crímenes posteriores, empezando por los asesinatos de la Caravana de la Muerte.

Ya se sabe que los procesos históricos nunca tienen fecha definida para empezar o para terminar. No sabemos bien cuando empezó la descomposición del alma nacional que nos llevó al golpe de 1973. Tampoco sabemos bien cuando habrá cicatrizado definitivamente las heridas profundas que produjo. Pero somos testigos -en estos días- de los avances, a veces desesperantemente lentos, que se hacen para limpiar nuestra convivencia de tanta mentira y tanto odio, un lodo que ensucia más que las aguas desbordadas de zanjones y ríos.

Abraham Santibáñez