Editorial

¿Qué nos espera para el verano?

Octubre de 2000

Si el invierno fue malo, la primavera no ha sido mejor.

Como un tornado, de esos que se ven de tiempo en tiempo en el cine o en la TV, las acusaciones se multiplicaron y aunque no se podría hablar de un “empate”, lo cierto es que nadie está libre de culpas. Todo empezó cuando en documentos “desclasificados” por Estados Unidos (aunque no mucho), se acusó a Manuel Contreras de haber recibido pagos de la agencia de inteligencia norteamericana.

Después emergieron otros documentos y otras acusaciones, todos con verdades a medias (o mentiras completas, como ha dicho Gonzalo Vial, quien asegura que la CIA nunca dice la verdad, ni siquiera cuando se auto inculpa). Dirigentes del PDC, Eduardo Frei Montalva, los asesinos del general Schneider, los camioneros del 72... y militantes nacionalistas habrían recibido aportes de la CIA en algún momento en la difícil segunda mitad del siglo XX..

Es tanta la gente involucrada, que no es que dé lo mismo, pero en este río revuelto nadie gana y lo único que queda claro es que, a nombre de la democracia, diferentes gobiernos norteamericanos no han vacilado en hacer fuertes inversiones, santificando el principio de que el fin justifica los medios.

Lo de la CIA ratifica que somos muchos los que hemos pecado de ingenuos. No porque creyéramos en la propaganda de la Guerra Fría, sino porque pone en duda la democracia que teníamos, que no considerábamos perfecta, pero que nos parecía digna y, sobre todo, propia de un país cimentado sólidamente en valores tradicionales.

Pero lo que vino después fue peor, o casi.

De nuevo la buena fe ha sido puesta a prueba y, con ella -como parece estar ocurriendo en varios lugares del mundo- se cuestiona la democracia representativa. Sin transparencia ni información confiable, el sistema no puede funcionar realmente.

El escándalo de las indemnizaciones millonarias, muy mal planteado porque metió a todos los implicados en el mismo saco, puede ser como la proverbial bola de nieve que termine por convalidar el populismo demagógico y erosione fatalmente las instituciones y los partidos políticos.

En esta maraña creemos que conviene subrayar dos reacciones:

1.- La del Presidente Ricardo Lagos, quien ha actuado con firmeza, aunque probablemente también ayudó a poner en duda las actuaciones de todas personas mencionadas, haciendo que paguen justos y pecadores.

El problema de fondo parece estar en la poca capacidad del equipo de gobierno para actuar como tal, es decir de manera eficaz, autónoma y coherente: si el Presidente no toma las riendas, no se avanza. Los que criticaron el estilo Lagos por ser demasiado personalista, han debido reconocer que -en el otro extremo- Frei Ruiz-Tagle estuvo excesivamente ausente de los detalles. La lección es falta mucho todavía para que tengamos un aparato estatal consolidado, con profesionales y no aficionados. La suma de problemas de estos días, desde las protestas de los gremios de la salud y la educación al anunciado paro de los camioneros, demuestra que, paradojalmente, quienes parecen haber funcionado mejor son los que administran el presupuesto, demorando pagos en hospitales, en los planes municipales para cesantes y hasta en los avisos de Obras Públicas ya publicados en la prensa regional... Pero esa, en verdad, no es una buena señal.

2.- Lo segundo que hay que resaltar es la actitud de los propios partidos y de sus dirigentes. Aquí se podría confiar -a riesgo de incurrir en una nueva ingenuidad- en que hay síntomas positivos.

Es tarea de ellos, sobre todo de la Democracia Cristiana, hacer cirugía de fondo y decirle al país que, cualquiera sea la opción política, los tiempos del aprovechamiento al margen de la ley y dela ética se terminaron.

Sería adecuado escuchar las voces de la oposición que dicen que todo debe investigarse y no seguir con el cuento del “empate moral”.

Esta la única conclusión a que se puede llegar en estos días turbulentos. Y esperar que el verano, si no tranquilo, por lo menos no sea peor...

Abraham Santibáñez