Editorial

El final del túnel (de la transición)

Noviembre de 2000

Mirado el asunto con perspectiva histórica, podría decirse que la transición chilena no empezó con el plebiscito de 1988 ni con la llegada al poder del Presidente Aylwin, en marzo de 1990, sino mucho antes, cuando se dieron -a regañadientes- las garantías para asegurar un limpio proceso democrático. Según el recuento de Ascanio Cavallo y los otros autores de la Historia Oculta del Régimen Militar, la fecha fue septiembre de 1985. El hecho, el dictamen del Tribunal Constitucional que puso en vigencia el Tribunal Calificador de Elecciones antes y no después del plebiscito. El hombre clave, el abogado Eugenio Valenzuela Somarriva.

Contra la opinión de los pinochetistas duros (y del propio Pinochet) Valenzuela Somarriva impuso por estrecha mayoría, el criterio de que en el plebiscito debía estar funcionando el Tribunal Calificador de Elecciones. De otro modo, habría pasado, probablemente, lo que ocurrió con la “Consulta” de 1978 y el “plebiscito” de 1980, en que no hubo registros previos, los vocales fueron designados “a dedo” por el gobierno entre personas de su confianza y en la práctica no hubo recuento de votos que mereciera llamarse tal.

A la luz de este recuerdo, es posible que algún día en el futuro nos demos cuenta de que estas semanas de noviembre han marcado -más de quince años después de su comienzo- el cierre de la transición.

Lo subrayan diversas manifestaciones gatilladas por recientes decisiones judiciales, Hace unos días, el diputado Alberto Cardemil, subsecretario del Interior en la época del plebiscito, puso en circulación la idea de una ley que faculte al Presidente para conceder un indulto selectivo después de cerrados los procesos en curso y dictadas las condenas correspondientes. Insistió en radio Cooperativa que esto no significa: ley de punto final ni nueva ley de amnistía. La obstinada resistencia de quienes nunca quisieron reconocer los excesos y abusos empieza finalmente a ceder frente a las revelaciones de la investigación judicial, apoyada por algunas confesiones, que confirman lo que también hace quince años dijo filosóficamente el general Mendoza: “El choclo se sigue desgranando”.

Por supuesto es difícil pensar que la idea del timonel de Renovación Nacional sea tomada en serio. Como otras, es una inconsecuencia: los mismos que denuncian al Ejecutivo por conceder indultos -al punto que no se ha podido llevar a la práctica la sugerencia del Papa, con motivo del Jubileo- , no pueden defender ahora la tesis contraria. La gestión de Cardemil en su partido debe quedar para la historia como la de quien permitió que la UDI empatara en las municipales con RN, dándole de paso el liderazgo de la derecha a Joaquín Lavín.

Pero no se puede desconocer la importancia de la propuesta. Es un tardío reconocimiento de que los “excesos” admitidos hasta ahora no fueron casos aislados. Empieza igualmente a reconocerse que las tropelías no terminaron con la incorporación de algunos complacientes civiles al gobierno del general Pinochet. Parecía que nada podía detener la maquinaria de muerte y así se ha podido saber ahora. Sin que nadie lo quisiera, pero tal como ha ocurrido en muchos otros países -le pasó a Anastasio Somoza con el periodista Pedro Joaquín Chamorro- el asesinato de Tucapel Jiménez se convirtió en una trampa fatal para sus autores, cómplices y encubridores.

En 1982, lejos ya en el tiempo de la conmoción que sirviera de pretexto para el golpe, lejos igualmente de la Caravana de la Muerte cuya misión fue marcar a sangre y fuego el sentido “fundacional” del régimen, está claro que el aprendiz de hechicero no podía controlar a sus fuerzas. Y por ello, ahora la acumulación de revelaciones finalmente empieza a traspasar las más duras corazas.

Como en todo evento humano, es posible que estas apreciaciones cambien. El retroceso es una opción permanente. Algunas viejas lealtades todavía pueden resurgir.

Pero ello es difícil.

Los avances electorales de la derecha son un premio demasiado dulce para quienes pudieran soñar de nuevo con la tentación golpista. Es evidente y claro que el mundo globalizado de este tercer milenio no está para dar marcha atrás a lo que pomposamente se ha llamado “el reloj de la historia”.

Todo lo cual no significa que no habrá problemas. La navegación del Presidente Lagos no tiene garantizada una ruta por aguas tranquilas. Si no es la Derecha, será la izquierda. Y si no fueran ni la Derecha ni la Izquierda, ya sabemos que la Concertación puede generar -sin necesidad y sin siquiera pedírselo- sus propias tensiones.

Abraham Santibáñez