Editorial

Balance de fin de año

Diciembre de 2000

El 2000 no ha sido un año fácil para los chilenos. Hace doce meses estábamos en medio de una incógnita que -hay que recalcarlo- resolvimos mejor que los norteamericanos, siempre orgullosos de sus tradiciones democráticas.

Pero las elecciones -bienvenidas ellas, incluso por estos efectos no deseados- exacerbaron inevitablemente las pasiones y, entre la segunda vuelta electoral, en enero, y los comicios municipales, a fines de octubre, la luna de miel de Ricardo Lagos y los electores se fue diluyendo. Entre las causas habría que mencionar desde las poco populares medidas contra la contaminación, los temporales, hasta los problemas judiciales del senador vitalicio Pinochet. No se puede dejar de lado, sobre todo en los últimos meses, el brutal impacto del alza del precio del petróleo y, por supuesto, las dificultades internas de la Concertación. Nada, sin embargo, fue tan dañino para la convivencia nacional como el episodio de las indemnizaciones que, sobre todo en el caso de los demócratacristianos revelan una aguda pérdida de valores.

El año termina con una inquietud adicional: el cumplimiento del plazo -el seis de enero- fijado por la Mesa de Diálogo para la entrega de información sobre los detenidos desaparecidos. Al aproximarse el plazo, vuelven las voces agoreras, las mismas que desde el comienzo se mostraron pesimistas. Se dice que los procesos -no sólo los que afectan a Pînochet- han mermado la buena volu8ntad de quienes podrían entregar información.

Es hora de plantear el tema de otra forma.

Lo verdaderamente importante que ha ocurrido este año es que nadie puede seguir negando los crímenes atroces que se cometieron durante el régimen militar. Nadie puede hoy insistir, de buena fe, que todo fue solamente una campaña de desprestigio. Los secuestros, los atentados (varios de ellos en territorio extranjero) las ejecuciones de la Caravana de la Muerte, casos emblemáticos como el asesinato de Tucapel Jiménez o la operación Albania, fueron crímenes bien planificados, concebidos sobre la noción de una guerra que nunca existió y amparados por el convencimiento de que nunca serían llevados a los tribunales de Justicia.

A la hora de revisar lo ocurrido en el último cuarto de siglo, es necesario que el mundo militar revise conceptos. Que cambie los escenarios y mire a los civiles, no como enemigos, sino como un conjunto de seres humanos, igualmente empeñados en el bien de Chile. Es hora de entender que no hay dictaduras buenas ni impunidades totales o permanentes. Que no es legítimo concederse el auto-perdón,. como lo pretende la Ley de Amnistía y que, por lo menos, hay que tratar de reconstruir el pasado, para encaminarse de manera confiada hacia el futuro.

Nadie puede, legítimamente escudarse en los procesos en curso para negar información. La situación -en Chile y el mundo- es hoy exactamente al revés: lo que falta son las necesarias explicaciones que nunca antes se creyeron necesarias.

Si así se entendiera, a la hora del balance, y a pesar de todos los problemas de un año difícil como ha sido el 2000, tendríamos razones para ser optimistas.

Abraham Santibáñez