Editorial

En defensa del profeta Hasbún

 Enero de 2001

Para quienes creen que la soberbia del sacerdote Raúl Hasbún no tiene límites, su columna en El Mercurio del domingo 28 de enero simplemente va a confirmar los peores temores. Se titula “Las tentaciones del profeta” y aunque es probable que ninguno de sus detractores la haya leído, es claro que el profeta en cuestión se parece sospechosamente al propio Hasbún.

Comienza de manera inequívoca: “La profecía es un carisma, un talento, una función cuyo ejercicio suele provocar no escasa notoriedad. Los profetas pueden gozar de fama o sufrir encarnizada hostilidad, pero si son profetas, a nadie dejan indiferentes”.

¡Perfecto retrato hablado!

Se trata, sin duda, el propio Hasbún, cuyo último comentario en Canal 13 no pudo aparecer en pantalla apenas 48 horas antes. Es evidente que es él. Es fácil reconocerlo: desde hace años, Hasbún no deja indiferente a nadie, sea para alabarlo o para denostarlo.

Sería natural, pues, continuar bajo este prisma la lectura del comentario dominical en El Mercurio: Hasbún se defiende echando toda su artillería por delante. Se autocalifica de profeta y sale a repartir mandobles como personaje bíblico o, si estamos en eso, como otro Quijote embravecido ante los malignos molinos de viento.

Atendamos lo que dice. Este profeta se confiesa en público. Dice que sus tentaciones pueden ser muchas, aunque las resume en cuatro principales:

1.- Creerse el dueño del mensaje. Claro. No es él. El solo publicita su fe.

2.- Descorazonarse.No, se le dijo a los profetas del Antiguo Testamento, no vacilen. Sigan adelante. Esta“...es una clara apelación al combate”, la que se escucha desde tiempos inmemoriales.

3.- No amargarse. Fueron muchos los que se sintieron inútiles, impotentes. Varios, hasta el mismo “Jesucristo, conocieron el ulcerante ardor de esta tentación”.

Vamos, dirá el lector atento: esta vez si que Hasbún ha topado techo. No es sólo el fanatismo del cual se le acusa permanentemente. No sólo la soberbia. Ahora se pone a la par del propio Maestro.

¿Hasta dónde pensará llegar?

Y aquí aparece la cuarta tentación, en la cual el padre Hasbún revela su notable capacidad dialéctica. No está derrotado quien pelea. Habrá terminado su tiempo en Canal 13, pero no la cuerda. Hay otros canales a su disposición, incluso la “Voz Eterna”, el canal católico de la Madre Angélica . Y, por supuesto, El Mercurio, cuyo comentario no tiene tono de despedida, pero que es en sí una soberbia lección de humildad.

La cuarta tentación del profeta, dice, es “la más terrible”: “juzgar negativamente y hasta desear el mal a los hombres que, pudiendo y debiendo hacerlo, no aceptaron el mensaje de salvación...”

Puede ser difícil de aceptar para quienes -todos nosotros, en la práctica- hace tiempo ya clasificamos al padre Hasbún y no estamos dispuestos a revisar nuestra sentencia. Pero Hasbún tiene estas sorpresas: su fe es profunda, contradictoria, conflictiva, incómoda para sus superiores y también para sus amigos.

Su argumento es uno solo:

-La profecía, como cualquier otro carisma o ministerio, carece de todo valor si no tiene el amor como su fuente, no aspira al amor como a su fin, no se vale del amor como su único medio”.,

Es la feroz autocrítica final. La de quien tiene las hechuras del fanático, del intransigente, del que no acepta las observaciones de su arzobispo y ni siquiera le devuelve los llamados. Pero que se somete -públicamente- a la ley suprema del amor y reconoce que allí puede haber fallado.

Este no es un personaje fácil. No es fácil aceptarlo. Tampoco es fácil rechazarlo. Noe, condenarlo.

Abraham Santibáñez