Editorial

¿Quién lanzará la primera piedra?

02 de Abril de 2001

Pendiente todavía la última palabra de la justicia, la opinión pública peruana –y buena parte de la chilena, según parece- ya se formó un juicio condenatorio contra los representantes de Luchetti en Perú. El último “vladivideo” –parte de la increíblemente numerosa colección que grabó el hombre fuerte de Fujimori, Vladimiro Montesinos- parece ser sobradamente inculpatorio. Ni la negativa de los implicados, incluyendo al empresario Gonzalo Menéndez ni la posibilidad real de una manipulación, factible en estos tiempos de tecnologías que no dejan huellas, ha sido tomada en cuenta. Todavía la gran mayoría cree lo que ve y cree que lo que ve es real…

Pero hay otro ángulo de este asunto.

Supongamos que efectivamente se negoció en la forma que ahora nos escandaliza.

Hagamos un examen de la situación.

Lo primero sería recordar que todos, de alguna manera suscribimos el antiguo dicho de que : “dónde fueres, haz lo que vieres”. Es una sabiduría ancestral, que nos dice que no debemos empezar por criticar a la familia, el país o la cultura que nos acoge como visitantes, sino tratar de acomodarnos a sus usos. Esto, por cierto, tiene límites. En un país de caníbales o de sacrificios humanos, aparte de evitar ser convertidos en ofrenda a los dioses, es evidente que no podríamos adherir alegremente a las costumbres locales. Pero hay otras situaciones menos violentas, que seguramente no nos van a agradar, pero que no podemos rechazar sin ofender a los dueños de casa: los besos a la rusa, entre hombres, por ejemplo; determinadas comidas o condimentos orientales, o la forma de sorber la sopa …

En este juego de apertura al mundo que es la llamada “globalización” ya habíamos sido advertidos pero, como ocurre casi siempre, no hicimos casos de las señales de peligro. Hace un tiempo, en un foro de la revista Desafío, que dirige Pedro Arellano, se invitó a un grupo de empresarios cuyo común denominador era la fe católica. Y, hablando de corrupción, todos coincidieron en que Chile estaba todavía casi totalmente libre del flagelo, pero que la masiva salida de empresarios chilenos al exterior implicaba riesgos inéditos. Se pusieron casos concretos –que pidieron no publicar en detalle- de lo ocurrido en países sudamericanos donde los chilenos perdieron sistemáticamente las licitaciones públicas o privadas hasta que entraron en el juego de las coimas. En un nivel más cotidiano, se recordó algo que es vox populi: países donde la policía, especialmente del tránsito es corrupta y está acostumbrada a recibir sobornos a cambio de no cursar infracciones reales o inventadas.

La siguiente pregunta-reflexión fue categórica: ¿qué pasa cuando ese empresario o ese camionero o ese automovilista vuelve a Chile y se ve enfrentado a una situación similar: una licitación en que no lleva todas las de ganar, un “parte” sanitario o policial?

Desgraciadamente, es probable que su primera reacción sea hacer –o pretender hacer- lo mismo que ha debido hacer en otras partes. Por eso, como la droga, como el crimen organizado, el tema de la corrupción no es un tema únicamente nuestro. No basta con que nos enorgullezcamos de estar libres de él entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico. Hoy día, los problemas –desde la vaca loca y la aftosa, a la droga, la falsificación de pasaportes de deportistas, delincuentes o inmigrantes sin visa- son globales y como tales se deben considerar.

En el caso peruano, si hubiese habido una actuación indebida, debemos entender que los empresarios chilenos no habrían hecho algo diferente de lo que hicieron muchos otros, peruanos o extranjeros.

En vez de echar más leña a la hoguera, lo que deberíamos hacer es preguntarnos cómo estamos en casa, qué ocurre en el vecindario internacional y cómo podemos enfrentar- como sociedad- esta peligrosa epidemia.

La ética empieza en las personas, pero excede largamente el ámbito individual.

Abraham Santibáñez