Editorial

La histórica encrucijada demócratacristiana

Santiago 22 de Julio de 2001

Ya se sabe que los momentos difíciles ponen a prueba el verdadero temple de las personas. En el caso de la Democracia Cristiana, esta vieja verdad popular se ha confirmado desde que el ex Presidente de la República, Patricio Aylwin, aceptara a regañadientes y con el claro disgusto de su familia, asumir la dirección del partido.

El bochornoso episodio de la inscripción sin la documentación exigida en estos casos, se superó gracias a la solidaridad de la llamada “clase política”. Ello, por supuesto, abrió las compuertas para las críticas bien intencionadas y también a las otras, incluyendo el recuerdo del día en que el entonces ministro del Interior -también demócratacristiano- pretendió votar con su licencia de conducir. Pero, como han dicho varios comentaristas: ¿había realmente otra manera de resolver el entuerto, sin privar a la ciudadanía de los representantes de un sector disminuido, pero todavía decisivo en la vida chilena?

Resuelta la crisis, vino lo que debía venir: la necesaria renuncia del presidente de la DC, Ricardo Hormazábal. Aunque un partido político es lo muy diferente de una organización rigurosamente jerarquizada como es el Ejército, es evidente que comparten un principio básico: el superior es responsable de los errores de los subordinados. Y así ocurrió con Hormazábal quien, al menos, tuvo este gesto de dignidad final, a pesar de sus poco claras explicaciones y su actitud reticente en medio de la crisis misma.

Fue entonces cuando la Democracia Cristiana debió enfrentarse a lo que ha sido su gran problema, latente desde hace años: la falta de liderazgos claros, o como proclamó Francisco Javier Errázuriz Talavera cuando todavía no abominaba de la política: la carencia de un “líder natural”. Fallecidos Eduardo Frei Montalva y los viejos dirigentes de la Falange Nacional como Tomic o Leighton, y sin el surgimiento de personeros que sean capaces de emular los fuegos de la Patria joven, sólo quedan Patricio Aylwin y, en menor medida, Gabriel Valdés. Si alguna vez se pensó en otros, es evidente que al eludir en esta coyuntura el desafío, también cerraron, probablemente para siempre, la promesa de que vendrían -para ellos, claro- “días mejores”.

Lo importante, en definitiva, es valorar la actitud de Aylwin. Cuando su partido -la Concertación y el país, en buenas cuentas- lo han llamado, ha aceptado. Es un gesto de estadista que lo enaltece. Como el “maestro” Jaime Castillo Velasco, se reconoce en él su autoridad moral y se le pide que vaya al rescate de una colectividad que merece mejor suerte.

Su tarea no será fácil. Los temporales que azotan a la Concertación no son menores y nadie asegura que esta nave, que tantas esperanzas representó desde el final de la dictadura, arribe a buen puerto. Pero si hay alguien capaz de asumir la tarea con determinación y tiene la capacidad suficiente como hacerlo con posibilidades de éxito, ese es sin duda el ex Presidente.

Abraham Santibáñez