Editorial:

Argentina no nos es indiferente

Santiago, 15 de Enero de 2002

Aunque toda generalización es peligrosa, parece evidente que la crisis argentina ha servido, más que nada, para sacar a luz lo peor del carácter chileno. Salvo algunos escasos comentarios ingeniosos, la mayoría de las cartas enviadas a los medios destilan ese tremendo rencor de quienes son capaces de hacer leña del árbol caído. A la hora de analizar qué hacer frente a una eventual migración masiva del otro lado de los Andes, hasta la más alta autoridad eclesiástica prefirió renegar de la tradición chilena de acoger generosamente a los refugiados (políticos o económicos) , olvidando también que desde los albores de la independencia la Argentina ha acogido a los chilenos en desgracia.

No ha sido afortunada la reacción visible de nuestro país, cuando era evidente que la crisis inevitablemente repercutiría entre nosotros. Desde el errático precio del dólar a la baja de turistas; desde el temor a las pérdidas de las empresas que tienen inversiones en Argentina a una eventual invasión de productos de bajo precio en nuestro mercado, ninguna posibilidad es tranquilizadora, salvo en la medida en que sus efectos no han sido masivos ni catastróficos… hasta ahora.

Pero también queda latente un temor de muchos: el ejemplo de la violencia desesperada de quienes no tienen ya nada que perder porque lo perdieron todo, incluyendo la esperanza.

Cuando, en diciembre pasado, se hizo el análisis en serio de lo ocurrido en las parlamentarias chilenas, tanto Enrique Correa como Francisco Javier Cuadra coincidieron en un foro en la Universidad Diego Portales en que una de las grandes responsabilidades que dejaba la elección era el exceso de promesas. No hubo entonces, como se temió. “un voto bronca” en Chile y los electores mostraron, una vez más, su confianza en el sistema democrático. Pero nadie sabe cuánta paciencia les queda. Es probable que esta sea una de las últimas grandes oportunidades de enrielar pacíficamente nuestro futuro desarrollo.

Es cierto que nuestra situación es distinta de la argentina. Chile no ha tenido nunca la fácil riqueza de la pampa. Tampoco ha sufrido sus grados de corrupción. Pero nadie está inmune. Y la soberbia, la falta de solidaridad –con el compatriota o con el ciudadano del país vecino- puede ser el síntoma de que debemos tener cuidado.

En 1973 descubrimos trágicamente que la democracia no era un don gratuito. Que había que trabajarla con cariño y no maltratarla. Sería lamentable que en poco más de un cuarto de siglo nos hubiéramos olvidado de tan fundamental lección.

Abraham Santibáñez