Editorial:

Tema para vacaciones

Santiago, 27 de enero de 2002

Termina enero y -finalmente- empieza para los chilenos el llamado “receso de verano”. Se supone que febrero será un mes, más que de descanso, de reflexión. Ciertamente es lo que necesitan los partidos y, sobre todo, el país.

El oficialismo cerró filas con un consejo de gabinete donde se reiteró la “carta de navegación” definida por el Presidente de la República para los próximos doce meses, mientras que la Democracia Cristiana también fijaba rumbos, aparentemente con una decisión a favor de la línea dura. La oposición, si uno juzgara por lo que leyó y escuchó en las últimas semanas, no tendría remedio: sus líderes -Pablo Longueira y Sebastián Piñera- siguen empeñados en caminar en direcciones opuestas.

Pero ¿continuará todo igual en cuatro o cinco semanas más?

Es posible que sí. Pero también es posible que la ausencia de confrontaciones electorales a corto plazo termine por imponer un nivel de acuerdos básicos. No se volverá a la “política de los consensos” con que se inauguró la democracia, hace más de una década. Pero es evidente que la necesidad de preparar los caminos para campañas futuras obliga a desarrollar bien pensadas estrategias. Ya está claro -y las encuestas empiezan a confirmarlo- que a Joaquín Lavín no le conviene enredarse en las peleas internas de la Alianza por Chile. Tampoco a la Alianza le conviene seguir en la guerrilla, aunque sólo sea verbal.

Y qué decir del oficialismo. La elección de Adolfo Zaldívar como presidente de la DC sólo anuncia un período de búsqueda de reafirmaciones, pero sin abandonar la Concertación. Zaldívar y probablemente todos los demócratacristianos saben que las dificultades actuales sólo empeorarían si proclamaran su independencia de la coalición de gobierno. No sólo porque perderían cualquier aspiración a regresar a La Moneda en un futuro inmediato, sino porque se sellaría fatalmente el destino de su partido.

Igual que el resto de los socios de la Concertación el PDC no es viable fuera de ella. Es natural que quiera hacer sentir su voz con más fuerza ahora que las cifras electorales le dan un menor respaldo. Pero sería un error sobredimensionar este tipo de manifestaciones.

Lo que verdaderamente debería importar ahora es que el país tiene una oportunidad única para lograr los necesarios acuerdos que permitan perfeccionar nuestra democracia y hagan posible retomar el impulso perdido. La crisis asiática, primero, y luego la desconfianza de los sectores más conservadores, frenaron el desarrollo por un período demasiado largo. Cuando estábamos por despegar, irrumpió la crisis de la Nueva Economía. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 sólo sirvieron para hacerla más dura y compleja, con coletazos inesperados, como los efectos en el flujo turístico. Pero es un hecho que los problemas no empezaron entonces.

Lo que sí demostró este 11 de septiembre y todo lo que siguió, es que la globalización de nuestro mundo es un hecho. No tiene mucho sentido rebelarse en su contra. Pero sí, igual que la Ley de Gravedad, se puede manejar. Puede trabajar a favor nuestro o puede convertirse en nuestro peor enemigo.

Ese debería ser el tema de la reflexión de este verano.

Abraham Santibáñez