Editorial:

Vendiendo el sofá

Santiago, 16 de Junio de 2002

De visita en Chile, hace poco, el periodista español Miguel Angel Aguilar ironizó acerca de la vocación periodística de los gobiernos -todos los gobiernos- que, “en cuanto llegan al poder, creen saberlo todo: cómo debe titularse una información, donde debe ir, qué fotografía hay que colocar, etc”.

Su observación ha cobrado renovada vigencia con lo ocurrido en los últimos días, cuando el gobierno decidió de qué manera había que informar sobre las visitas a terreno del Presidente de la República.

Preguntas incómodas de los reporteros manifestaciones fuera de programa generaron la peor reacción imaginable: la imposición de un drástico límite a la presencia de periodistas.

La medida fue, por supuesto, rechazada. Y el rechazo obligó a su reconsideración.

Pero han surgido dudas sobre las convicciones libertarias del Presidente que obviamente han sido magnificadas por la oposición.

Hay razones para ello, lamentablemente:

  1. La existencia misma de la medida.
  2. La autoritaria reafirmación inicial de que no se cambiaría la medida, expresada por el propio Presidente de la República ante los periodistas de La Moneda.
  3. Su anulación final, comunicada sin aceptar la posibilidad siquiera de un error.

El Presidente tiene razón cuando se queja de que los reporteros dificultan, a veces, su contacto con la gente y que el anuncio de sus desplazamientos puede ser aprovechado por quienes tienen motivos de agravio y protesta, reales o imaginarios.

Tiene razón, también, en que muchas veces se destacan más los incidentes que la sustancia de lo dicho o hecho. Esa, por lo demás, es una queja compartida por todos quienes, en algún momento, han tenido encuentros cercanos con la prensa.

Pero, como fuere, tal como se plantearon las cosas, pareció que se reeditaba el viejo cuento del sofá de Don Otto.

Y, sobre todo, que se hacía presente esa irresistible vocación de toda autoridad de creer que sabe más de periodismo que cualquier periodista.

Abraham Santibáñez