Editorial:

Las dudas de Hamlet

Santiago 30 de Junio de 2002

La existencia de una red de informantes desde el Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyo nombre clave era Hamlet, inocentemente tomado de la calle donde se reunían los conspiradores, vuelve a poner en el tapete de la discusión el tema de la ética en la política.

Con razón el beneficiado con esta red, el candidato-no-candidato presidencial Joaquín Lavín ha sostenido que es su derecho informarse acerca de los problemas internacionales de Chile. Pero, a lo que no tiene derecho, él ni nadie, es a gozar de una red clandestina -formada por personas descritas por él mismo como de “su confianza”- de la cual no sabemos la calidad de la información que entrega, ni los niveles confidenciales que pudieran estar siendo vulnerados.

Un personaje público, ex candidato presidencial y quien, aunque lo niegue, figura constantemente como tal, ciertamente debe tener la mejor información posible. Pero a ella sólo puede acceder a través de canales regulares y transparentes. Si no los hubiera, sería su derecho hacerlo presente, no crearlos por su cuenta y riesgo.

Chile, salvo el paréntesis entre 1973 y 1990. ha gozado históricamente de una buena situación y de una mejor imagen internacional. Con su elección al Consejo de Seguridad, la tendencia ya marcada con la elección de Juan Somavía en la OIT, se ha reafirmado: de nuevo nuestro país tiene la figuración internacional de siempre, superior a su número de habitantes o a su peso militar, económico o por la extensión territorial.

Esta situación excepcional atraviesa, sin embargo, por un momento nada fácil: la crisis latinoamericana ha rodeado de incertidumbres a nuestro territorio y pese a los avances ante Europa, los contagios del vecindario se hacen sentir, obligando a la Cancillería a redoblar la cautela y los esfuerzos.

En este delicado escenario, la imprudencia de algunos funcionarios, gatillada según parece por el deseo de congraciarse con quien podría ser el futuro Presidente, puede tener resultados catastróficos. Sobre todo si se suma a un personaje cuyas capacidades de estadista sólo parecen calzar con las dimensiones de Las Condes, una comuna rica y sin más problemas que la necesidad de una buena administración de parques y jardines.

Abraham Santibáñez