Editorial:

Protestar en tiempos de globalización

Santiago 11 de Agosto de 2002

Un nostálgico, mirando las escenas de vandalismo desatado por las protestas de escolares y universitarios comenta: “En mi tiempo, lo peor que hacíamos era sacarle los ‘tirantes’ a los trolebuses”.

En rigor, no es verdad, Hubo desbordes anteriores. Desde que las turbas leyeron entre líneas el llamado de “no quemen los carros” (los viejos tranvías de principios del siglo XX), hasta la mítica revolución de la chaucha y el fatídico “2 de abril”, cuando una manifestación estudiantil fue superada -de manera deliberada y criminal- por el lumpen descontrolado, la historia urbana de Santiago tiene muchos momentos de crisis.

Pero es cierto que ahora hay algo nuevo. Igual que los manifestantes que han salido a las calles en diversas ciudades del mundo para denunciar la nueva economía y la globalización, nuestros jóvenes, o quienes los manipulan, quisieran detener la historia. Mientras los ciudadanos comunes y corrientes , “de a pie” o motorizados, han aceptado que las reglas del mercado imponen permanentes vaivenes de precios del combustible y, por lo tanto, de todos los insumos derivados, los líderes de los estudiantes aseguran que su pretensión es congelar la tarifa escolar por años.

No son fáciles los período de transición. La revolución que produjeron los computadores y que Marshall McLuhan predijo tímidamente en los años 60, la estamos viviendo día a día. Conocemos sus muchas bondades, ejemplificadas en la avalancha de teléfonos celulares o el “chateo” o la variedad de entretenciones que se nos ofrecen todos los días en el mundo cibernético. Pero no siempre nos damos cuenta de que el precio de tanta innovación se paga no solo en el cambio de las costumbres y en el asedio a los valores más tradicionales. La globalización es, sobre todo, un sistema de interrelaciones que afecta las fuentes de trabajo, el precio de las materias primas, los hábitos de consumo y hasta la manera de manifestarse en contra de la globalización misma. Las escenas de estos días en Santiago son las mismas que ya se han registrado en decenas de lugares en todo el mundo, del mismo modo como el “caceroleo” dejó de ser, hace años, un producto chileno, como creíamos en los tiempos de la Unidad Popular.

En este mundo permanentemente interconectado, todo está cambiando. Incluso las maneras de protestar, que se hacen universales y progresivamente más violentas cada vez más influidas por las imágenes que nos traen el satélite, Internet y la televisión.

Ello no significa que no haya nada que hacer.

La receta -nada fácil de poner en práctica con éxito- es relativamente simple: aprendamos a “leer” lo que nos dicen los medios de comunicación con nuestro propio criterio. No nos convirtamos en simples repetidores de conductas ajenas. Y, sobre todo, tratemos de sacarle el máximo provecho al gran fenómeno de la globalización, en vez de estrellarnos, de cabeza contra él, una y otra vez.

Abraham Santibáñez

Volver al índice