Editorial:

Sólo pero sin ganas de ceder...

Santiago, 8 de Septiembre de 2002

Es fácil entender el empecinamiento el Presidente Bush por seguir atronando al mundo con los tambores (y cohetes y demás parafernalia) de la guerra. Llegó al poder en dudosas circunstancias, con fama de no entender mucho de los temas internacionales, precisamente cuando la globalización es la característica suprema de nuestro tiempo. Tuvo, sin embargo, la habilidad de aprender rápidamente los nombres de los líderes principales, cuando tras el devastador ataque a las torres gemelas y el Pentágono, recibió su conmovida solidaridad. Pero después de dirigir una campaña llena de alardes propagandísticos que no lograron esconder la inutilidad del esfuerzo por capturar a Osama bin-Laden, su gobierno sufrió un ataque peor y más insidioso: el descubrimiento de la "contabilidad creativa", eufemismo con que las mayores firmas de la nueva economía escondieron sus pérdidas, engañando al fisco, a los accionistas y a sus propios empleados.

Es comprensible que a estas alturas Bush haya caído más abajo en popularidad que lo que nunca estuvo Bill Clinton, su antecesor.

Ello representa un peligro "claro y eminente": el de una sobre-reacción desesperada por volver a los meses de gloriosa popularidad, cuando lo patriótico era prepararse para destruir, unidos, al salvaje enemigo.

Ahora no se trata del régimen Talibán, ya derrocado, aunque todavía con cierta capacidad operativa dentro de Afganistán. Tampoco de Osama bin-Laden sino de un viejo blanco, ya atacado, pero nunca destruido: Saddam Hussein, de Irak.

El designio está claro. La oportunidad, también. El aniversario del 11 de septiembre es un buen momento para renovar el impulso. Pero hay problemas. Ningún aliado, salvo Tony Blair, de Gran Bretaña, se ha apresurado a ofrecer su apoyo. Por el contrario, países árabes que son fundamentales en cualquiera operación que se intente en Medio Oriente, han mostrado un claro rechazo. Arabia Saudita, que otras veces encabezó a los incondicionales de Washington, esta vez ha expresado un rechazo enérgico a cualquier aventura bélica. Sus propios problemas internos parecen influir en la decisión de negarle apoyo a George W.Bush.

Pero, aislado por su propio círculo de hierro, oyendo sólo lo que quiere oir, Bush puede seguir adelante. Y llevar al mundo a la catástrofe, sin que nadie pueda impedirlo.

Abraham Santibáñez

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