Editorial:

Aun es tiempo

Santiago, 1° de Diciembre de 2002

La autoflagelación está de moda. Los castillos de naipes que cayeron uno tras otro, han mostrado que ni siquiera la larga, a veces heroica y siempre dura lucha contra la dictadura sirvió para acorazar a la Concertación contra la corrupción, una permanente tentación de quienes están en el poder.

Al mismo tiempo, esta vulnerabilidad nos confirma la convicción de que la democracia no es la panacea que algunos creían. No es el remedio de todos los males, sino simplemente un instrumento para que la sociedad vaya encontrando caminos, construyendo futuro, superando debilidades y descubriendo sus auténticos líderes.

En estos duros meses de fines de 2002 hemos visto la enorme voracidad de algunos y su desprecio por la inteligencia y honestidad de la gran mayoría. Unos han mostrado su pequeñez dejándose envolver en turbios manejos de poder por la vía del soborno. Otros, lamentablemente, no han estado a la altura de los desafíos y han tenido frases odiosas, cuyo alcance no midieron seguramente al hablar de “sueldos miserables” o de que poseen “una mugre de acciones”. Para los millones de chilenos que viven cuidando cada peso, estas expresiones, tan carentes de sensibilidad, pueden ser más demoledoras de la confianza pública que los propios excesos de los pocos corruptos.

La cortesía, que para algunos es sólo hipocresía, es también una forma de respeto a los demás. El no hacer ostentación, también. Ese fue uno de los rasgos distintivos de Chile... hasta que nos dejamos convencer que había que tener “mentalidad ganadora”. En ese momento se quebró algo profundo en el alma nacional, llamémoslo solidaridad, prudencia, patriotismo o lo que queramos.

Cuando cada uno decidió que era el momento de “rascarse con sus uñas” , se terminó el esfuerzo que marcó a Chile a lo largo del siglo XX por consolidar su clase media, tolerante y generosa.

Aun es tiempo. Desde fuera todavía se nos ve como ese país de una loca geografía y de una historia sensata que describió un brasileño visionario. Pero necesitamos de guías espirituales que no amanezcan con un susto nuevo cada día y que después pregunten por qué la gente está desanimada. Gente que no vea en la prensa, como sigue ocurriendo, a veces contradictoria e inesperadamente, un enemigo al que hay que encajonar, censurar, cerrarle el paso o llevarla directamente a los tribunales, sino una fuerza poderosa, cuyas acciones y denuncias pueden molestar y doler, pero fortalecen.

Necesitamos un país cuyos dirigentes puedan respirar con fuerza y den muestras de que, realmente, han escuchado la voz del pueblo, como aseguró el entonces candidato Ricardo Lagos después de la primera vuelta electoral.

Si no, lo que ocurrirá es que Chile seguirá adelante, entre tumbos y suspiros, confiando en que en la próxima elección tendremos mejor suerte.

Abraham Santibáñez

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