Editorial:

Un panorama sombrío

Santiago, 31 de Marzo de 2003

El tema es, por supuesto, la guerra.

Así como un nostálgico español sostuvo que muchos antifranquistas se sentían más cómodos con el Caudillo que sin él, parece que los ciudadanos del mundo empezamos a añorar los años felices de la Guerra fría. Con Jrushov y con Brezhnev, en un mundo bipolar, amenazados por el terror del exterminio nuclear, los humanos logramos un equilibrio, precario al comienzo, pero que se fue consolidando con el tiempo. Parte importante de este logro, por cierto, debe atribuirse a la Organización de Naciones Unidas, pese a todos sus defectos y excesos burocráticos. Por más de medio siglo, desde que se acallaron los cañones de la Segunda Guerra Mundial, la bandera azul y blanca del organismo internacional presidió la construcción de un mundo mejor. Era, sin embargo, solo una ilusión. O un sueño.

El despertar ha sido brutal. Hoy día, millones de iraquíes viven una pesadilla kafquiana: serán liberados de la dictadura y se les impondrá un sistema democrático... aunque para ello haya que exterminarlos a todos, o dejar con traumatizados física y psíquicamente a los que sobrevivan.

Esto, que parece una caricatura, es la realidad que nos muestra, cada noche, la televisión.

El mayor y más cruel “reality show” de la historia, se ha instalado en nuestras pantallas y parece que no nos dejará rápidamente. Incluso si pierde rating, seguirá adelante. Somos prisioneros sin salida, de un mundo en que se impone la ley del más fuerte y se ha hecho tabla rasa con la ley internacional.

Los actuales son malos tiempos para la humanidad.

El poder, entregado a manos de ignorantes; los fantasmas propios, proyectados a nivel mundial: la fuerza bruta drogada por la fascinación de la idolatría tecnológica, pueden producir la peor catástrofe de todos los tiempos: una tragedia que será de alcances planetarios y de larga, muy larga duración.

Abraham Santibáñez

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