Editorial:

El penoso mea culpa de The New York Times

Santiago, 25 de Mayo de 2003

Para quienes se consuelan con lo que es “mal de muchos”, las zozobras de The New York Times de las últimas semanas pueden resultar algo así como una bendición. O, por lo menos, la seguridad de que en todas partes de cuecen habas y, por lo tanto, no hay por qué preocuparse tanto de las ligerezas, inexactitudes y banalidades que pueblan nuestros medios. Si The New York Times puede, por qué no nosotros, podría ser la conclusión y, por ende, la bandera de lucha de quienes han amparado a Bonvallet, a la inefable doctora Cordero o a las estrellas emergentes del espectáculo anidadas en cualquier reality show criollo. Todo vale, ¿verdad?

El bochorno que ha sufrido el diario más prestigioso del mundo no es único. The Washington Post todavía no se repone, pese a los 22 años transcurridos, de su propio traspié cuando Janet Cooke inventó a “Jimmy”, un drogadicto de cortos años. Tan sensible es el diario de la capital norteamericana que, cuando se rumoreó ahora que el rescate de Jessica Lynch, una joven recluta liberada en los primeros días de la guerra en Irak, era un montaje para los medios, se apresuró a precisar sus responsabilidades. El diario explicó que había informado lo que las fuentes oficiales, las únicas disponibles, habían dicho. Y, pese a la pequeña tormenta, el Pentágono siguió sosteniendo la primera versión. Al parecer, la discrepancia en este caso se refiere a su la joven fue o no maltratada por sus captores y hasta qué punto su vida estuvo en peligro. Igualmente se discute si había camarógrafos en el equipo de rescate o no. Pero que Jessica Lynch fue capturada, junto a otros soldados norteamericanos, nunca fue puesto en duda.

En cambio, como se explica en uno de los comentarios que se incluye en esta edición de nuestra página, Jayson Blair, el reportero de The New York Times cuestionado, inventó entrevistas, plagió artículos de otros medios y describió lugares donde nunca estuvo. Una obra maestra de la mentira en aras del éxito personal. Algo lamentable, sin duda, para el diario donde trabajaba. Pero que ha servido, pese todo, para poner de relieve la única respuesta posible en estos casos: la dura experiencia de investigar la verdad de lo ocurrido y contarlo sin paliativos.

No sabemos si ha sucedido algo parecido alguna vez en alguno de nuestros medios. Sí sabemos que nunca ha habido un mea culpa tan a fondo como el que presentó The New York Times a sus lectores. Ni que se hayan tomado medidas como las últimas que se han anunciado: una comisión que deberá chequear los procedimientos de reporteo y, muy especialmente, de trabajo de los editores, para impedir nuevos episodios como estos.

La verdad, a veces muy dolorosa, sigue siendo la única norma posible para un diario o un medio de comunicación. Tanto para lo que ocurre en el mundo sobre el cual quiere informar como para lo que ocurre en su propio interior.

Abraham Santibáñez

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