Editorial:

Oír la voz un estadista

Santiago,  21 de Diciembre de 2003

La intervención de Jimmy Carter en favor de una salida al mar para Bolivia, negociada entre ese país, Perú y Chile, ha enardecido una vez los ánimos. Quienes, durante el paso por la Casa Blanca de Carter se sintieron ofendidos por su preocupación por los derechos humanos –en Chile y en otras partes del mundo- sólo ven al viejo “manicero”, como lo llamaron en su tiempo, que no tiene respeto alguno por los tratados internacionales y la soberanía de los pueblos. Pero quienes vieron en su actitud, en los difíciles años 70, una esperanza en horas muy negras para Chile, deberían mirar de otro modo el asunto.

Esta vez no es un desborde pasional como el del Presidente venezolano Hugo Chávez que proclamó su deseo de bañarse en una playa boliviana. Carter es un estadista que se ha ganado con justicia los galones en el escenario internacional y mira al mundo y sus problemas con una visión de militante cristiano.

Por supuesto que podemos discutir su postura. Pero es hora que los chilenos empecemos a mirar con realismo un tema que, lentamente, ha permeado la conciencia del mundo, en especial del resto del continente americano. Aunque nos parezca desproporcionado o inaceptable, es hora que nos demos cuenta que nuestros vecinos han logrado convencer a casi todo el mundo con su mensaje de que la mediterraneidad es la causa de sus problemas y de la inestabilidad política. Sabemos que no es así, pero mientras la herida siga abierta, será imposible cambiar la perspectiva; por el contrario, más y más voces se unirán al coro que por muchos años habíamos logrado acallar.

Los argumentos razonados -la intangibilidad de los tratados, por una parte; el hecho cierto de que numerosos países mediterráneos en el mundo entero tienen un alto estándar de vida, por otra, son los fundamentales- no pueden derrotar la fuerza de la pasión alimentada por generaciones y generaciones en Bolivia.

Mientras no haya diálogo, no habrá posibilidad alguna de entendimiento. Y ese entendimiento debería ser sin dobleces, con disposición a negociar, pero delimitando con claridad que es lo negociable y que no lo es.

Chile, durante un largo período de su historia, fue un país líder en la solidaridad continental. Perdió esa honrosa posición durante la dictadura, especialmente cuando un jubiloso Joaquín Lavín tituló en El Mercurio que era hora de despedidas: “Adios América Latina”. Quienes creemos que no debemos abandonar nuestro ambiente natural, ni siquiera en tiempos de globalización, la reconquista de nuestra buena imagen empieza aquí, por el desafío más difícil: convencer al mundo de nuestra buena fe. Y ello empieza por nuestros vecinos. Concretamente por Bolivia cuya demanda debe ser escuchada.

Eso es lo primero. Lo demás será un largo y difícil trabajo que requerirá mucha buena voluntad. Tal vez con la ayuda de personas de noble carácter, como Jimmy Carter.

Abraham Santibáñez

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