Editorial:

Una tragedia latinoamericana

Santiago, 14 de Febrero de 2004

Si no fuera por el fútbol, es posible que muchos chilenos nunca hubieran oído hablar de Haiti. El desempeño de Jean Beausejour, un chileno hijo de haitiano, durante el frustrado intento por llegar a los Juegos Olímpicos de la graciosamente llamada “Roja chica”, sirvió para colocar al país caribeño en el mapa mental de nuestros compatriotas. Pero, ya se sabe: las emociones del fútbol son efímeras... Haití es, sin embargo, mucho más que un héroe deportivo.

Es una nación que desmiente, desde luego, la aseveración boliviana de que la pobreza está directamente relacionada con la lejanía del mar. La Hispaniola fue la primera tierra americana a la que llegó Cristóbal Colón. Haití, que comparte el territorio con República Dominicana, fue el primer país de América Latina que se independizó. Fue, además, la primera república negra del mundo.

Su destino, sin embargo, ha estado marcado por la tragedia y la explotación. Para las generaciones actuales, el recuerdo más persistente es el de “Papá Doc”, el autoproclamado Presidente vitalicio. Pero sus desventuras son anteriores, incluyendo episodios sangrientos que llevaron a largas y frustrantes intervenciones norteamericanas.

Distinto es nuestro caso. La distancia ha permitido una buena relación entre Chile y Haití, aunque sus frutos han sido magros.

Los duros momentos por los que atraviesa Haití son un llamado a la conciencia del mundo. No es cierto que la globalización haga imposible la solidaridad. La hace más difícil, pero al mismo tiempo, más necesaria.

Hay mucho que los chilenos podríamos hacer. La indiferencia norteamericana, la despreocupación mundial debería conmovernos. ¿Será posible?

Abraham Santibáñez

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