Editorial:

Periodistas en el campo de batalla

Santiago, Domingo 22 de Mayo de 2005

La admirable reacción inicial del general Juan Emilio Cheyre ante la tragedia de Antuco ha derivado, como lamentablemente suele ocurrir, en una diatriba contra los “criminales de imagen y de confianza” entre los cuales incluyó destacadamente a los periodistas.

El análisis del caso que ha consternado a Chile entero, debería conducir a reflexiones más matizadas y ciertamente más profundas. Parece demostrado que actualmente no se cree que la modernización de nuestras Fuerzas Armadas –o el Ejército en este caso- consista simplemente en adquirir equipamiento de punta. Así fue, sin embargo, durante mucho tiempo, en que se creyó que el tema era de pesos. Bien provistos de presupuesto, gracias a Pinochet, ya descubrieron que el dinero no hace la felicidad. Desde hace tiempo los altos mandos se han abierto al aporte de otros ámbitos, como lo prueban numerosas iniciativas, incluyendo programas con universidades, como el del Ejército y la Universidad Diego Portales. Pero, como vemos ahora, la “academia” sola o sin una contrapartida práctica –tal como sucede en la medicina, la ingeniería o, por supuesto, el periodismo- no es suficiente.

El general Cheyre ha dicho que esta tragedia se desató por la falta de “criterio”. Es reconocer, en otras palabras, que “lo que natura no da, Salamanca non presta”. Por eso ya hubo una primera, drástica, sanción. Pero no es suficiente: la justicia debe seguir investigando a fin de determinar todas las responsabilidades en esta trágica marcha de la muerte.

Pero debe reconocerse que faltó también transparencia, prolijidad y humanidad. Debe reconocerse que únicamente la desesperada determinación de las familias afectadas y la difusión de sus reclamos por la prensa permitieron subsanar el descuido y el desconcierto de la reacción inicial.

El que los periodistas hayan hecho notar estas deficiencias no es su culpa. Es que la especialidad de sus mandos – y de la “tropa”, léase reporteros- es entender de pasiones y emociones y darlas a conocer.

Abraham Santibáñez

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