Editorial:

Una oportunidad perdida

Santiago, 17 de Julio de 2005

El terrorismo -¿qué duda cabe?- se ha convertido en la peor plaga de nuestro tiempo. Altera, en primer lugar, la vida misma de sus víctimas y de los lugares atacados. Pero, como ya se vio dramáticamente después de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, los actos terroristas pueden repercutir también en lugares lejanos, donde igualmente hay inocentes que mueren o son heridos mientras se trata de castigar a los culpables, supuestos o reales.

En una amarga réplica de la globalización, los ataques contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono llevaron la desolación y la muerte a Afganistán e Irak. Y la cadena se hace interminable: Gaza, Jerusalén, Beirut, Moscú, Chechenia, Sri Lanka, Madrid... Donde quiera que haya víctimas, sabemos que habrá represalias.

Lo que no sabíamos es que un ataque terrorista también puede tener otras secuelas no deseadas. Es lo que se teme que ocurra después de las bombas en Londres que coincidieron con la reunión del G-8 en Gleneagles, en Escocia. Precedido de una demostración solidaria mundial (Live-8), el encuentro debía abordar la pobreza y el cambio climático, este último tema tenazmente resistido por el Presidente Bush.

Con cierta ingenuidad, se esperaba que esta vez la reunión ofreciera medidas concretas. De hecho África consiguió algunos beneficios. La deuda de los 18 países más pobres del mundo, 14 de ellos africanos, fue condonada, y para 2010 la ayuda habrá duplicado los actuales 25 mil millones de dólares. Pero queda la duda de quienes son los reales ganadores en un continente devastado ciertamente por la pobreza, la enfermedad y las guerra civiles, pero carcomido en muchos casos por la corrupción interna.

Respecto del cambio climático los avances fueron mínimos. La postura norteamericana apenas muestra signos de cambio. El Protocolo de Kioto sigue como un documento pletórico de ilusiones.

Como escribió el The New Zeland Herald, de Auckland, al hacer el balance:

Estas cumbres rara vez consiguen resultados. Las palabras cuidadosamente formuladas son producto de meses de diplomacia. Pero las crecientes presiones y expectativas hicieron pensar que podría ser distinto. El terrorismo dictaminó otra cosa (...) Al final, hubo poco que pudiera apoyar la afirmación del primer ministro Blair que se había hecho “un tremendo progreso”. Ni que sus colegas habían reaccionado a las explosiones con nueva determinación. Se avanzó poco. Pero la impresión no sugiere un ritmo acelerado, sino una oportunidad perdida. El mundo se paralizó cuando observó Londres. Al parecer, también lo hizo la cumbre del G-8”.

La ventana que se había abierto la cerraron los kamikazes que llegaron el 7 de julio a King’s Cross en Londres. La carga de sus mochilas fue más poderosa que los llamados de los pobres, de las víctimas de la contaminación y los estadistas visionarios.

Abraham Santibáñez

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